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En la vida tribal, los de la tercera edad eran fuentes de sabiduría. Aunque envidie este estatus no aspiro a tanto reconocimiento, pero quiero reflexionar hoy en este espacio sobre lo que significó crecer antes de la mitad del Siglo XX. Tal vez alguien se interesa en este tema: he llegado a una edad en que comparo mi juventud con la que viven mis nietos. Hay cosas buenas que se han perdido pero también muchas vivencias nuevas y realmente emocionantes. Cualquier muchacho de primaria -de una escuela más o menos decente- sabe hoy en día cosas que en mi juventud ni soñamos.
Lo nuevo
A veces pienso en los conocimientos que no conoceré porque vendrán en veinte años cuando no estaré para saber de ellos. Pero lo que la ciencia se ha logrado en mi vida es asombroso.
Fuente de la foto del
respiradero hipertérmico
Nosotros no sabíamos de la deriva continental (“continental drift”). Me acuerdo mirar en los mapas las coincidencias entre las costas atlánticas de África y América del Sur y entretener razones casi místicas para explicarlas. No sabíamos tampoco de los respiraderos hipertérmicos en los fondos de los mares donde formas increíbles de vida se desarrollan sin sol y sin oxígeno. Yo, ya de joven adulta, leía algo de ciencia ficción –casi toda la colección de Isaac Asimov, por ejemplo- y sabía algo de “worm-holes”, pero distinguía aquella ficción de las posibilidades astrofísicas reales. Tan tarde como en los años 90 pregunté a un físico importante sobre la existencia de los “huecos negros” y recibí una gran risa como respuesta. (Algunas de las contribuciones de Asimov, como “las tres leyes de la robótica” deben incorporarse en la tecnología de la actualidad.) La perspectiva de lenguajes en especies como chimpancés, delfines y algunos pájaros se limitaba a los libros de Beatrix Potter y las películas de Walt Disney, y casualmente todas estas criaturas imaginadas conversaban en inglés.
Mucho de los beneficios modernos provienen de la tecnología: para nosotros sacar un manuscrito tipiado “en limpio” era una triunfo, producto de mucha frustración previa, y aún en su forma final tenía algunas manchas de tinta blanca llamada “tipex” para cubrir los errores inevitables. No había documentos virtuales. Inclusive, cuando inventaron la fotocopiadora fue una innovación espectacularmente útil porque no hacía falta copiar a mano la información que uno quería llevar de la biblioteca a la casa. No había tarjetas de crédito ni teléfonos celulares y tampoco cajeros automáticos.
En los años 40, a pesar de la existencia de carros y camiones, la leche y el pan llegaban a mi casa urban en una carreta jalada por un caballo que salíamos a alimentar con cubitos de azúcar.
Lo perdido –o lo que valdría la pena rescatar
Éramos muchachos de la clase media, muy libres y no teníamos miedo de gente malintencionada ni de predadores; nuestra comunidad vigilaba nuestras andanzas desde lejos y a veces frenaba caprichos especialmente extravagantes, pero en general actuamos y decidimos nuestras actividades de manera autónoma dentro de los confines nuestras manadas de niños y adolescentes. No había drogas, la televisión acaba de llegar y ciertamente no había juegos de video. Lo que sí había eran bicicletas, bosques y lugares para nadar en el verano y patinar sobre hielo en el invierno; teníamos pequeños botes (vivíamos entre cadenas de pequeñas lagunas y otro lago bastante grande). Caminábamos a la escuela y al liceo sin la supervisión de nadie. Formamos grupos de “muchachos guías” y en nuestras fiestas había mucho baile y nada de alcohol.
Reconozco que era una situación privilegiada, y que al otro lado del lago había muchachos criándose en barrios menos atractivos. Allí las bandas de muchachos confrontaban peligros, peleaban entre sí y con frecuencia delinquían. No sé porque –como sociedad- no pudimos resolver este problema; realmente no es irresoluble, ni entonces ni ahora. Pareciera que nos encogimos de miedo frente a los riesgos y por esto no osamos a darles a todos los chicos ambientes saludables. Nosotros, los psicólogos sociales somos especialmente negligentes en esto y debemos asumir nuestra porción de la responsabilidad por lo sucedido históricamente en nuestras ciudades.
Pero hablo en general de la clase media en esta entrega.
Ahora los muchachos tienen que ir a todas partes acompañados por sus padres; siquiera pueden bajar de sus edificios a comprar algo en el abasto sin que las mamás tiemblen por su seguridad.
Debido a esto pasan mucho tiempo frente a los televisores y sin compañeros de su edad ; conversan a distancia por Facebook y se distraen a solos con malévolos juegos de video. Entiendo porque grupos de vecinos formen vecindarios cerrados para darles a sus hijos un espacio abierto en el sol.
Pero también creo que por regla general son más tolerantes de las diferencias humanas, a lo mejor debido a sus contactos globales por Internet. No discriminan -tanto como hicimos nosotros- a los gay (palabra que ni existía en aquel entonces), a los excluidos por razón de raza y religión y a los "extraños" en general. Son más concientes de la familia del hombre. Tienen más conocimientos sobre las necesidades ecológicas del planeta y saben qué hay que hacer para rescatarlo del sobre-uso y la contaminación. Con ciertas excepciones son más críticos y menos fervorosos en la defensa de los nacionalismos insensatos.
En esto representan grandes mejoras con respecto a lo que nosotros fuimos.
Bueno, éstas son reflexiones que se me ocurren en estos días de vacaciones.
Referencias:
Foto del respiradero hipertérmico: http://www.onr.navy.mil/focus/ocean/habitats/vents1.htm
Foto de los ancianos del tribu: http://bigcsociety.org/RichardAlton/richardalton.html
miércoles, 8 de agosto de 2012
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