Acabo de terminar una novela escrito por Per Petterson
que compré por azar hace algunos años y que no había leído. Se llama “Afuera
robando caballos”; es de lectura muy fácil a pesar de su vocabulario preciso y
escogido, y tiene un estilo que me gusta, que es dejar que los acontecimientos
escurran por medio de las acciones de los personajes y las descripciones que
nos da el autor de lo que ven, oyen, tocan y usan. Por ejemplo, se sabe mucho del personaje central, Trond Sander,
y su padre por el retrato que hace Petterson de sus bien cuidadas herramientas
para cortar madera y trabajar en la mecánica. Es decir, el autor no hunde en sus
pensamientos, reflexiones y emociones ya que todo aquello se hace aparente en el
ejercicio de sus vidas.
Sobre todo se trata de la historia de Trond y las
memorias que tiene de su padre; entran también otros personajes, sobre todo a
través de escenas retrospectivas en que aparecen los amigos de su infancia y testimonios
de personas actuales que conocen diferentes aspectos de lo que pasó en un pequeño
rincón de Noruega durante la ocupación nazi y los años que la siguieron. Los
grandes acontecimientos aparecen como escenarios para las enormes alegrías, las
tragedias y los amores de un grupo reducido de personas, y mientras ellas
actúan, el lector conoce también un estilo de vida robusto de personas que
valen por sí mismos. Sin embargo, aunque esta gente autosuficiente y arrojada tenga
en teoría toda la posibilidad de tomar las riendas de sus destinos, el mundo se
inmiscuye entre sus decisiones y sus actos, y sus pasiones echan abajo esta
potencial. Sobre todo es la tarea de Trond entender sus pérdidas y la fuente de
sus júbilos, pero al final vemos como ha repetido en su propia vida las peripecias
de su padre.
Jon, el amigo de la infancia de Trond es tal vez el
personaje más trágico. Uno de los relatos centrales ocurre en el comienzo de la
novela cuando los dos salen a “robar caballos”, es decir, se meten subrepticiamente
en la granja de un vecino y llevan sus caballos por un trote por el río, que
misteriosamente entra en Noruega por un lazo para después volver a Suecia. Es un
vehículo, supongo, para poner su pequeño pueblo en un mapa más grande. Luego la
misma frase "afuera robando caballos" aparece dentro de un contexto muchísimo mayor cuando se convierte
en la contraseña para operaciones de la resistencia a la ocupación del país por
los alemanes.
Así va la novela, tejiendo lo íntimo y lo grande, lo que da tristeza y felicidad. Es gente valerosa y sobreviviente: la última frase del libro es: "...sí, decidimos por nosotros mismos cuando dolerá."
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