Entre hoy y ayer vi dos programas similares en el canal H2:
a) la primera era una mirada histórica sobre el ejercito de terracota del primer emperador de la China, Qin Shi Huang de 210–209 aC, y
b) la segunda, esta noche, era un recuento sobre los búnker creados en los Estados Unidos durante la Guerra Fría para proteger a la gente importante de Washington de una explosión nuclear.
Los encontré tan similares, con mitologías tan parecidas. Las dos historias demuestran la ilusión que se puede alcanzar una vida “después” para gente de cierto rango.
Y digo “ilusión” porque la vida eterna para Qin Shi Huang y su ejército en aquella ciudad enterrada, tenía pocas probabilidades de éxito. Igualmente, el búnker de Greenbriar en Virgina en los Estados Unidos, o de los otros que probablemente todavía existen, suponía que después de un lapso corto pero prudente, los miembros del Congreso podrían emerger de su cueva de lujo, todavía encargados de gobernar algún espejismo de nación; se suponía la supervivencia de un mundo habitable.
Todavía por allí se construyen proyectos colosales y aparatosos para la preservación de los guerreros que creen que puedan perdurar por medio de sus armamentos y sus escondites.
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