Entonces el Gengis Nicolás miró a los informes sobre los
muchos detenidos para quienes ya no quedaba espacio, y su arsenal de gases lacrimógenos,
y sus libretas de bancos internacionales en que no había espacio siquiera para añadir
un solo cero más a los billones que tenía depositados, hizo un cálculo rápido,
y tomó una decisión.
-“¡Cilia!” gritó, “ya
estoy cansado. Vamos a jubilarnos e irnos a vivir en la dacha que tenemos en
las afueras de Moscú. Dile a Padrino para que nos prepare el avión.” Cilia le
miró:
-“Pero prefiero el apartamento en París.” Gengis la contestó con fastidio:
-“Tú sabes que con Macrón, ya las cosas no son tan buenas.” Cilia agarró el
celular y llamó, pero tapó el auricular:
-“Dice que lo hace sólo si hay espacio
para él y los suyos. Esto incluye los siete doberman.”
-“¿Pero qué se ha creído
el estúpido ese? Que viajen abajo con los baúles de oro.”
Habiendo hecho el
acuerdo, las varias familias elegidas, junto con sus mascotas y sus arcas, se
montaron en el avión y se despegaron. La aeronave subió y subió y desapareció
en una gruesa nube: nadie en Venezuela supo de ellas más nunca.
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