Me senté a tomar un café caliente y azucarado con pan y
mermelada, abrigada por un único y momentáneo rayo de sol a las once de la
mañana debajo de una arbórea. Apareció una avispa, rondando, calculando,
revisando: quiso mi dulce, y no teníamos porqué pelear. Cautelosa se acercó a una
gota melosa y vi cómo su boca se movía sobre la jalea. Es mi vecina: su casa ovalada
de papiro se arrima entre bromelias a una pequeña rama cercana, escondida en
tonos cenicientos entre el verde y rojo carmín. Cuando riego por las mañanas las
avispas ni se inmuten porque saben que las quiero en mi jardín.
domingo, 4 de febrero de 2018
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