Fuente de la foto de Natalie Clein
Hay dos áreas estéticas notables por lo profundo y elaborado de la experiencia humana: la ciencia y la música. Me perdonarán si esta noche excedo un poco en la retórica.
Acabo de regalarme ambas en una sola noche. Primero escuché a Morgan Freeman en dos episodios de “Through the wormhole” en el Canal “Science and Discovery”, y después escuché “The Music Room” de Howard Goodall en el canal “Film and Arts” en el episodio siete donde entrevistó a la chelista Natalie Clein.
Ambas experiencias se juntaron en mí, especialmente cuando ella tocó partes del Suite nú 3 de Bach. En estas suites la emoción se eleva sobre el intelecto como un enorme cóndor que regresa a su nido arriba en las laderas de una montaña, y dentro de mí el cosmos y los electrones acelerados casi a la velocidad de la luz –que justo había visto una media hora antes- se combinaron en una sola vivencia de tiempo y espacio.
A continuación vinieron otros, una pieza de Piazzolla y luego la sonata para chelo solo de Kodály. Piazzolla me es bastante accesible. No me llevó al cosmos pero sí al interior de mi cuerpo y corazón. En cambio Kodály me quiso llevar donde no quise ir, no sé porque. Hasta la ternura en él es ancestral y desde una tradición aparentemente muy remota, tal vez porque para tocar la sonata hay que entonar el instrumento hacia abajo, una técnica llamada “scordatura”, que en este caso, consiste en cambiar dos cuerdas (la do se convierte en si y la sol se disminuye a fa aguda). Y sin embargo, a pesar de las distancias, me conmovió, me arrastró a pesar mío.
Total, un estupendo domingo en la noche.
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