En los ojos se alojan todas las emociones. Las transmitimos con notable
precisión y aunque nuestras respuestas a estas señales sean personales -porque
nuestras historias son propias- casi siempre reaccionamos de algún modo cuando
nos miran: hemos aprendido interpretar las miradas y comprendemos qué hacer, si
debemos escapar, amar o sentir compasión.
Las miradas son casi universales en el reino animal: adquirimos nuestra
capacidad visual hace muchos eones ecológicos: ojos que puede seguir imágenes
se originaron en el Cámbrico-medio hace por lo menos 540 millones de años. En
este lapso de tiempo el diseño ocular ha ido adaptándose a las necesidades de
cada animal pero en el fondo los significados de la mirada son semejantes - y
por esto un gusano en el mar se asusta al estar en la mira de un predador, y
antes de recoger un nuez del suelo, una ardilla evalúa las intenciones de las personas
u otros animales que merodean por allí.
Entre los animales evolucionados, además de los dos ojos biológicos,
tenemos percepción intuitiva, lateral y social. La mirada de otro ser se
advierta aún cuando no la vemos, produce una fatiga en el cuerpo que nos obliga
a girar repentinamente la vista hacia el haz entrometido, aunque provenga de un
gato agachado en la hierba detrás de nosotros.
Hasta los seres más simples pueden inquietarnos con su atención fija.
Esto me pasó una vez con una inoportuna y fastidiosa cucaracha. Les cuento:
Vivo en una casita circundada de plantas y a veces me visitan bichos no
deseados. Para desalentarlos pongo olores como el de creolina en las puertas y
tengo rachas en que declaro guerra a muerte a las alimañas en mi cocina
(excepto a los lagarticos tuqueques o “limpia casas” los cuales cuido con gran
esmero). Un día, después de una semana de limpiar, barnizar estantes y asegurar que todo lo
comestible estuviera en jarras de vidrio o plástico grueso, una gran cucaracha
apreció sobre el borde de un estante y me miró fijamente.
El insecto estaba obviamente molesto porque no quedaban migas para
comer. Era como encontrarme de repente con algo así como un desdichado Jiminy
Cricket, y a pesar de lo desagradable tuve un momento Walt Disney: sin pensar
me entró una sensación de lástima inter-especies, la tapé con un envase y la
eché al jardín, es decir, no la maté.
En general suelo rescatar la vida intrusa que invade mi casa; recojo
los animalitos del piso donde los veo y los saco todavía vivientes hacia afuera
aunque normalmente este respeto no se extienda a las cucarachas. Aquella
ocasión sin embargo trató de una comunicación más al fondo, una intuición de
vida compartida y aun inviolable. Y lo que más me impresionó es que mi clemencia
ocurriera con una indecorosa y altanera cucaracha.
También una vez presencié unas comunicaciones y miradas jactanciosas
entre un gato y un cuervo. El felino dormía bajo de un árbol justo fuera de mi
ventana, y el pájaro ocupaba una rama arriba fuera del alcance del minino. El
cuervo comenzó la altercación: ladeó su vista hacia abajo y carcajeó con gran
sarcasmo, y el gato se despertó, lanzo relámpagos molestos hacia arriba y gruñó
frente a tales improperios. Esto siguió con algunos variantes por unos minutos,
todo frente a mí -una tercera especie que entendía totalmente el sentido de
aquellas insolencias. Yo reía como si fuera una comedia de el Gordo y el Flaco.
También ocurrió una vez entre varios perros, en esta ocasión incluía
conductas simbólicas de gran abstracción: vivimos en una casa donde no había
muros entre los patios traseros de varios vecinos. En el de al lado vivían
varias dálmatas hembras. En aquel tiempo mi perrita acaba de parir siete
cachorros y yo siempre tenía que asegurar que las dálmatas estuviesen
encerradas antes de sacar las crías al sol. Un día me equivoqué y cuando los
recién nacidos ya caminaban dispersos por la grama vi que las hembras de al
lado corrían hacia nosotros. No había tiempo para recogerlas, y justo en este
momento un perro macho* se ubicó entre las agresores y los cachorros, se acostó
barriga arriba y las miró. Ellas entendían que él asumía una postura sumisa
pero “en nombre de” los bebés, en respuesta se dieron vuelta y regresaron a su
propio espacio.
Somos especies que cohabitamos en el mismo planeta. Competimos por algunos
de los mismos recursos y compartimos muchos aminoácidos. En fin, nuestro
parecido no es poco.
*Un hermoso perro negro llamado "Perín".
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