Un nuevo trozo de las crónicas sobre lo que veo en la calle,
ésta es más bien liviana. Entré en un abasto a comprar queso y frente a mí en
la cola estaba una monjita de la zona, conocida de vista pero no de trato. Creo
que las dos nos dimos cuenta que éramos vecinos de San Antonio. Ella es
pequeñita, la mitad de mi tamaño (y yo soy más bien bajita), y de entre 80 y 90
años de muy activa vida. Me señaló una grafiti en la pared al otro lado de la
calle, un remolino de líneas negras que probablemente trata de una de las “firmas”
de los consabidos bohemios de las latas de spray. La monjita abrió los ojos al máximo:
“¡Es pornografía! Deben quitarlo de allí… ¿qué efecto tendrá en los inocentes
que lo ven?…” Es un ejemplo clásico de percepción individual e incomunicable. De
verdad no quise preguntarle qué veía en aquella madeja de rayas.
lunes, 3 de abril de 2017
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