miércoles, 28 de mayo de 2014

La violencia en la calle y nuestra propia cólera*


Esto es un parafraseo de algo que oí decir por allí:
“Cuando miro a lo que temo, quiero pelear. Quiero acabar con [todo].  Quiero preparar para los tiempos de hambre que vienen… Siento miedo, rabia, desespero, pero al final me quedo sólo con una sensación de desamparo….”
Otro dijo algo así:
“Me despierto en la noche con tanta rabia. Quiero hacer daño a quienes son responsables pero después tengo vergüenza… esto no soy yo. Pero el disgusto sigue. Hago planes para vengarme aunque sé que no haré nada. Me siento atrapado.”
En situaciones de incertidumbre sentimos depresión, somatización, ansiedad y miedo del crimen en la calle, y evitamos contacto con los demás e inclusive a veces buscamos escusas para no alejarnos de la casa. Se trata de círculos sin salida de rabia, tristeza e impotencia y luego más rabia.
Por regla general esta hostilidad no se va a expresar en acción, y con frecuencia nos enfermamos con las emociones no manifestadas. Pero ocurre también a veces que nos quedamos susceptibles: peleamos por razones insignificantes con familiares, conocidos y desconocidos, y ha habido casos inclusive de grupos que salen de control y golpean a supuestos maleantes que ven en los espacios públicos.
¿Qué hacer? Primero es necesario reconocer estos sentimientos y ubicarlos: en tiempos de incertidumbre son emociones muy frecuentes: ocurren cuando nuestro preciosa rabia no está al servicio de mejorar la vida, sino de desorganizarla. En este malestar no estamos ni solos ni somos casos únicos, ya que muchas personas sufren de igual manera. Hay que darnos cuenta además que concentrar la atención en estas rabias ciegas no nos va a aliviar, sólo va a aumentar nuestro malestar. No nos ayudarán ni intentar suprimirlas ni dejarlas escapar de manera explosiva.
La solución es hablar. Es importante transferir estas emociones a palabras y a una relación interpersonal de diálogo. A veces es suficiente charlar con un amigo sensato. Escribir estas emociones a personas que comprenderán también puede servir.
La terapia profesional tiene muchas ventajas: normalmente se puede aliviar la rabia con unas pocas sesiones. Algunos casos, sin embargo, pueden tratarse de trastornos que requieren atención especial o medicamentos, y un profesional puede identificar estas situaciones. Los problemas más serios pueden tener consecuencias indeseables como la depresión o un importante desorden de ansiedad: son condiciones dolorosas e innecesarias si recibimos ayuda a tiempo.  
La meta última es transformar la rabia en control y acciones útiles: al identificar las fuentes de amenaza en nuestras vidas podemos hacer algo concreto para reducirla. Sobre todo tenemos que recuperar la dirección de nuestras vidas, reducir la incertidumbre y llegar a poder decidir nuestras acciones de manera razonada. Por ejemplo, si lo que nos preocupa es la vulnerabilidad frente al hampa, podemos usar técnicas defensivas de supervivencia en la calle como ir siempre por las aceras donde haya más transeúntes y tiendas abiertas y evitar el uso del celular en público. Si la sensación de indefensión viene de miedos económicos, podemos buscar estrategias para hacer compras más racionales y evitar las largas colas o inclusive buscar un nuevo trabajo. Podemos tomar parte en acciones en conjunto con otros ciudadanos para trabajar en la resolución de los problemas: una excelente opción es participar en la junta del condominio donde vivimos. Algunas acciones son evasivas: es importante alejarnos de mensajes nocivos o angustiantes en los medios de comunicación y buscar amigos con actitudes positivas.
Esto no significa ignorar los problemas reales; más bien es aprender a encararlos eficazmente. Hay ciertas actividades que por su propia naturaleza se oponen a la cólera porque desvían el afecto fuera de uno mismo y proporcionan una sensación de logro y control: tocar un instrumento musical o cantar en un coro, jugar un deporte o hacer ejercicio físico (sobre todo si es compartido en un equipo) y formar parte de un grupo teatral son excelentes y sanas actividades. También son aconsejables trabajar a favor de una causa como la protección de los animales, los niños con discapacidades o el embellecimiento ambiental.

En fin: la rabia es una de las emociones necesarias pero en exceso conduce a la tristeza. Darnos cuenta del problema es el primer paso; hablar –sobre todo con un terapeuta- es el segundo, y finalmente involucrarnos con la vida positiva es la tercera.

*Esto forma parte de mi colaboración con la RAP, o Red de Apoyo Psicológico de la UCV.

Violencia: algunas influencias

En un artículo intitulado “Violencia y desesperanza, La otra crisis latinoamericana”, dice el sociólogo el Dr. Roberto  Briceño León que en diversos países de América Latina el problema de la inseguridad nos agobia. Es algo que toca a todos y nos produce angustias que debemos atender, tanto en la necesidad de controlar la violencia desatada que es tarea de los gobiernos locales y nacionales, como en el síntoma, que es el mismo desasosiego e intranquilidad. Existe en las dos formas, la violencia política y “la otra violencia, a la común, a la delincuencial, que callada [y] anónima afecta la vida urbana” .*
¿Qué hay detrás de esta amenaza? Unos párrafos sueltos no bastarían para analizar estas influencias, y los psicólogos y sociólogos tenemos que asumir la responsabilidad por no haberlas investigado más al fondo. Es necesario señalarlas para poder actuar. Podemos fácilmente mencionar algunas de ellas:
1. La cantidad de armas en la calle. La relación es compleja pero hay claras indicaciones de una relación entre el número de armas y el número de homicidios. Esto es cierto al nivel mundial.
2. La impunidad que existe: no hay consecuencias reales por haber participado en actos de violencia.
3. La escandalosa y deplorable condición de las cárceles: no son lugares para la reeducación de los criminales, sino espacios para afianzar su compromiso con la violencia y su capacidad para ejercerla.
4. Una cierta misoginia en la sociedad venezolana, en el sentido de falta de confianza y rechazo para con las mujeres: ella se expresa en dos sentidos nefastos que podemos identificar como violencia dirigida por los hombres contra las mujeres por un lado, y por el otro el mandato machista con que criamos los niños; dicho mandato los obliga a “pelear” y tomar parte en la violencia en vez de evitarla y negociar las diferencias.
Cada uno de estas influencias pueden ser afectadas por la acción ciudadana. Hay dos efectos previsibles y altamente positivos para todos nosotros que vienen por entender la situación y actuar de forma proactiva. Una de ellas es que dejamos de sentirnos víctimas de una violencia azarosa e incontrolable; la otra es que se nos disminuye la angustia “flotante” que nos acosa cada vez que salimos a la calle.
Escribiré más sobre esta angustia informe en otras reflexiones. 

Referencia:
* Roberto Briceño-León (1999). Violencia y desesperanza. La otra crisis social en América Latina. Nueva sociedad, no. 164,  pp. 122-132

 
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