martes, 8 de noviembre de 2022

De la Boétie y Hobbes: El contrato social

                                                                           Karen Cronick

¿Qué ocurre cuando la gente decide abandonar su capacidad autónoma de pensar? Es algo que sucede cuando las personas adoptan irreflexivamente el pensamiento y los motivos del otro –un poderoso- como si fuesen suyos. Ha ocurrido en todas las tendencias ideológicas, religiosas y aún en muchas escuelas filosóficas, en todas las culturas, en el norte y el sur, tanto en los países ricos como los pobres. Desde tiempos prehistóricos ha habido reyes, líderes políticos y cabecillas de sectas que han sabido aprovechar del descuido y susceptibilidad de sus seguidores.

Muchos autores han analizado este fenómeno. Por ejemplo, en el Siglo XVI Étienne de la Boétie (2016) escribió el “Discurso sobre la servidumbre voluntaria” en que avanzó varias razones para la sumisión doctrinaria de los pueblos. La primera es la costumbre, es decir, los hábitos aprendidos en la niñez, de obedecer a los padres, y luego al soberano.  La segunda es la necesidad: los tiranos ofrecen “circo” (es decir diversiones no relacionadas con sus necesidades), y una “taza de sopa” (p. 41) a los hambrientos, y estos, olvidándose que la riqueza del déspota viene justamente de lo que ha despojado a los súbditos, gritan “¡Viva el rey!” (Ibid) en vez de rebelarse contra la injusticia.

Otra razón mencionada por Boétie es que los reyes han sabido asociarse con los dioses, y sus vasallos, igualando la jurisdicción de la deidad con la del soberano, obedecen a ambos, porque no ven las diferencias.[1]

La cuarta razón de Boétie es la cadena de mando en que:

“Cinco o seis son a lo más los que conservan al tirano en su poder y al país en esclavitud; adulan al primero y le allanan el camino de las crueldades; le acompañan en sus placeres, le facilitan los medios de saciar sus licenciosos apetitos y participan de sus rapiñas…. Como les es fácil hacerse prosélitos, buscan a quinientos o seiscientos que imiten en ellos la misma táctica que observan en su soberano. Estos seiscientos tienen bajo sus órdenes a más de seis mil ahijados, que colocados en los destinos superiores de las provincias, o en la administración de los fondos públicos se dan la mano para su codicia y crueldad; [así forman] una cadena ininterrumpida que da fuerza al tirano….” (Boétie, p. 46-47).                                                                                                                 

Los eslabones más bajos de esta cadena de mando se encuentran en la calle con las fuerzas de orden, armadas y prepotentes, que castigan a las disidencias y las protestas. Las policías en todos los países, desde Irán hasta la China, o desde Rusia hasta los Estados Unidos se asemejan, tanto en su equipaje como en sus tácticas. Los oficiales están a la orden del líder, y no hacen más que emular a sus superiores, es decir, los cinco o seis acólitos que circundan directamente al gran señor.

Se puede plantear otra pregunta relacionada con estas observaciones de Boétie: ¿qué pasa con quienes conocieron una vez la democracia (la “libertad” según la terminología de este autor) pero ahora viven bajo una dictadura? ¿Es que nunca entendieron la idea de diálogo y la consideración racional e íntima de las alternativas? ¿Qué tuvieron que renunciar para formar parte de la participación masiva del totalitarismo?

Pienso en el Leviatán de Hobbes (1651/18-01-22), donde los habitantes de un reino renuncian voluntariamente al ejercicio de poder ciudadano a favor de una compleja maquinaria de Estado, regido por un rey o un líder. En Hobbes dicha renuncia terminaría siendo un acto moral en que los pobladores se someten a la disposición de un agente poderoso, y lo hacen con la generosa motivación de eliminar la violencia que ocurriría entre ellos si tuviesen que vivir sin la mano guía de una recia autoridad “pacificadora”. Hobbes defiende la idea de un “contrato” en que todos los ciudadanos cederían su derecho a decidir sobre sus propias vidas, aceptando la potestad de un soberano todo-poderoso frente al cual después no tienen la posibilidad de reclamos. Lo hacen para obtener seguridad individual y colectiva.

El resultado evidente de un acuerdo de este tipo sería la creación de una masa de personas que carecen de la capacidad de pensamiento o voluntad propios. Han tenido que abandonar las posibilidades del diálogo y el uso de la palabra como instrumentos de participación y protesta en la vida colectiva. 

¿Qué tiene que pasar para que ocurriese una renuncia de esta suerte? Hobbes habla de acuerdos en que una multitud de “autores” (o personas que originalmente tuvieron derechos) renuncia a sus potestades y se las otorgan a un monarca o una asamblea. Esta abdicación puede ocurrir también después de una conquista si los “autores” vencidos aceptan convertirse en súbditos debido a su miedo a represalias. Siendo un “pacto” –manifiesto, implícito u obligado- sería un medio para escapar de la violencia natural que, según Hobbes, ocurriría en los grupos que carecen de una figura gobernante absoluta.

Evidentemente en las campañas políticas que vemos hoy en día en los medios de comunicación, como aquella que promociona al estadounidense Donald Trump, o donde a veces se presentan “candidatos” como Vladimir Putin en Rusia, no hay un motivo “moral” para eliminar la violencia. En el mejor de los casos habría entre los militantes un deseo implícito de formar parte de un grupo dominante, como en las cadenas de mando descritas por Boétie. En general la paz social no sería para ellos un estado de bienestar general, sino la oportunidad de obligar la sujeción de otros.

De hecho, los seguidores de algunos partidos políticos se han involucrado en agresiones que incluyen intentos de homicidio en respaldo a sus líderes. Se aprecia entre ellos la renuncia de la deliberación y agencia de ciudadanía, ya que aceptan secundar a un líder en vez de examinar sus agendas políticas.

En este tipo de renuncia a veces hay un motivo de base que sirve como la piedra angular que apoya toda una estructura de creencias elaborada por los líderes de estos partidos. Este motivo puede basarse en el temor de perder estatus, el deseo de disfrutar el pillaje que el líder autorizaría para sus seguidores o la fantasía de su superioridad étnica o racial. Tienden a ocultar estos motivos, aunque ellos puedan reaparecer en eufemismos.

Hay enfoques de la psicología social que refieren a los mecanismos de este tipo de abdicación al derecho que tienen las personas de asumir su ciudadanía como los “autores” de Hobbes. Por ejemplo, los experimentos de Solomon Asch (1961) sobre las condiciones que conducen a la conformidad, y luego los de Serge Mosocovic (1981) en que éste examina las condiciones que permiten romper el círculo vicioso de acuerdos tácitos y producir algo que llamó las “minorías activas”, es decir, individuos o grupos minoritarios que rompan la armonía impuesta por la mayoría dominante. Normalmente esta influencia es vista como liberadora, en el sentido de romper la conformidad y el silencio impuestos por el poder dogmático. Sin embargo, Moscovici (1983) igualmente advierte que el efecto de la minoría activa puede conducir a la aceptación de creencias no tan liberadoras, como aquellas que promueven algunos cultos y enfoques extremos. Ocurre un “sleeper effect” (efecto retardado) en que, en el momento de su emisión, un mensaje “no influye al oyente, pero puede actuar con un retraso temporal, por ejemplo, de dos semanas o incluso dos meses después de la emisión” (Moscovici, 1983, p. 696). Este proceso incide en la formación de cultos y grupos extremos donde pueden desarrollarse creencias entre los miembros que serían considerados totalmente improbables en otros ambientes (como el mundo plano y las visitas de los OVNIS).

Regresando a Hobbes, la disposición a renunciar voluntariamente y sin coerción a la potestad ciudadana no pareciera creíble, por lo menos no ha sido documentada históricamente. Es probable que Hobbes tampoco tuviera como antecedente algún pacto auténtico, tomado por voluntad propia; es difícil imaginar una decisión de este tipo que no fuera mediada y controlada por los tiranos del momento. 

En contraste con la solución dada por Hobbes para lograr la paz y el bienestar, ha habido entre los humanos diversos sistemas sociales de control compartido. La tarea de elaborar modelos de consciencia y participación cívica sigue inacabada. No faltan paradigmas, podemos mencionar la democracia ateniense, la Confederación Iroquesa, la consulta íntima en los grupos nómadas, los cantones suizos y las asambleas de los vikingos. Y esta lista no incluye el nacimiento de las democracias representativas – a veces monárquicas- después del Siglo XVIII en los Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, Francia y otros países europeos y Australia. América Latina tiene dos siglos luchando por encontrar un modelo de democracia liberal apropiado para sus sociedades. Los ciudadanos de países como la India, Irán y varias naciones africanas también intentan escapar de absolutismos y despotismos.

Nota final:

 [1] En el Siglo XIX Antoine-Louis-Claude Destutt, marqués de Tracy, inventó la palabra “ideología” para referir a una doctrina social y económica de las ideas. Se trata de un concepto útil para apreciar como el apego a ideas laicas de naturaleza política pueden influir en la conducta de las personas. Un líder político puede usar la lealtad ideológica para fortalecer su adhesión al poder, justamente como los reyes empleaban la fidelidad religiosa. Los marxistas defienden a Marx, igual como los seguidores de Hitler, o Jean-Marie le Pen (y su hija) y otros representantes de movimientos cuasi fascistas respaldan a sus ideólogos. 

                  

 Referencias

Asch, S. E (1961). "Issues in the Study of Social Influences on Judgment". en Berg, I.A. y Bass, B.M.. Conformity and Deviation. New York, Harper

De la Boétie, Étienne (2016). Discurso sobre la servidumbre voluntaria. Prologa de Laureano Márques, Traducción de Max Flint.  Caracas: Gráficas Lauki.

González Pérez, Marco Antonio (31/08/05). El conflicto sociocognitivo como generador de cambio social. Iztapalapa 59, Año 26, pp 15-28.

Hobbes, Thomas (1651/18-01-22). Leviatán. Freeditorial. Disponible en: https://freeditorial.com/es/books/filter-author/thomas-hobbes

Moscovici, Serge (1981). Psicología de las minorías activas, Morata, Madrid, 303 pp

Moscovici, Serge (1983). “Influencia manifiesta e influencia oculta en la comunicación”, en Revista Mexicana de Sociología, núm. 2, pp. 687-701, Citado por González (31/08/05). 

 


viernes, 4 de noviembre de 2022

La libertad de expresión

 

K. Cronick

En los tiempos de la Ilustración en el Siglo XVIII, Voltaire proclamó: “Estoy en total desacuerdo con lo que Ud. dice, pero lucharía hasta la muerte por tu derecho de decirlo”.  Eran días radicales en que la libertad era el tema central de los debates sociales, filosóficos y políticos, y la idea de la libre expresión era el vehículo de base para obtener todos los demás derechos del hombre. Eran los tiempos del panfleto y el discurso en las plazas públicas de París.

Ahora, tres siglos después el problema es más complicado porque los medios de comunicación (periódicos, revistas, televisión, Internet) tienen dueños corporativos, y relativamente pocas personas tienen la capacidad para determinar las líneas editoriales de estas empresas.

En el comienzo los medios electrónicos prometían nivelar el acceso a la opinión pública –claro, todo era necesariamente limitado a quienes poseían una computadora y una línea de acceso a Internet-. Plataformas como Twitter permitían que todo el mundo publicara sus ideas y que ellas podrían tener resonancia. Aun en los primeros tiempos de Twitter antes de los logaritmos, hubo, sin embargo, algunas dificultades que tienen que ver con la naturaleza misma de concepto de libertad de expresión.

Según una apreciación radical de la idea cualquier persona puede decir cualquier cosa. Pero ¿hay cosas que no deben decirse?

En general, el pensamiento que surgió de la Ilustración rechaza aquellas tradiciones que supriman la libre expresión, como las religiones que proclaman la existencia de anatemas. Por otro lado algunas constituciones nacionales garantizan el derecho de expresarse libremente, y hay organizaciones como el ACLU (American Civil Liberties Union) en los Estados Unidos que defienden la expresión artística, la transparencia en el financiamiento de los partidos políticos, la libertad de la prensa, el derecho de los denunciantes (whistleblowers) y la propiedad intelectual. En su Artículo 11 la Carta de la Unión Europeo declara:

Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho incluirá la libertad de tener opiniones y de recibir y difundir información e ideas sin interferencia de la autoridad pública y sin consideración de fronteras. Se respetará la libertad y el pluralismo de los medios de comunicación.

 Sin embargo, todavía hay sectas religiosas que consideran ciertas ideas y opiniones malditas y blasfemas, y piensan que deban ser destruidas y sus autores castigados. También algunas instancias políticas, desde reinos, dictaduras, organismos marciales y aun repúblicas censuran las ideas y publicaciones que los critican.  

El derecho a la libre expresión es la base fundamental de la democracia. Sin ello los ciudadanos no podrían comparar y juzgar la bondad de las diferentes ideas en conflicto y desarrollar sus opiniones. Sin ello el cuerpo electoral tendría que reducirse a la repetición de las consignas que recibe desde el poder y desde los árbitros de lo permitido.

Pero repito la pregunta: ¿Hay expresiones que deben ser prohibidas?

Voy a pensar en algunas instancias evidentes: no se debe permitir las calumnias y falsas acusaciones que puedan hacer daño a otras personas. Amenazas verbales que puedan provocar lesiones y agresiones a individuos o grupos también deben restringirse, como cuando un ciudadano indignado gruña: “Alguien debería matar a este traidor”.  Gritar “¡Fuego!” cuando es mentira en un auditorio lleno de personas tampoco debe permitirse. Hoy en día es muy cuestionado hacer declaraciones xenofóbicos, homofóbicos y raciales porque pueden causar daños irreparables a las víctimas. En estos casos se la atribuye a la palabra los atributos de un arma letal.

Pero hay áreas no tan claras. La definición de pornografía es un ejemplo.  ¿Qué marca el límite entre una película erótica y otra pornográfica? Igualmente, de manera voluntaria los medios de comunicación generalmente se inhiben de usar palabras vulgares y groserías. También los cortes y los gobiernos pueden restringir el acceso que tiene el público a datos oficiales y transcriptos de juicios, y este poder ha sido cuestionado.   

Hay otras áreas que son aún más inciertos, por ejemplo, la tergiversación de estadísticas, resultados científicos o informes estatales, sobre todo cuando el motivo sea influir en políticas de salud, bienestar y seguridad. Por ejemplo, la campaña contra el uso de vacunas durante la epidemia de las variantes del SARS-CoV-2 posiblemente ha aumentado la tasa de mortalidad respecto a esta epidemia. ¿Qué responsabilidad tiene alguien que dice que se puede curar el Covid bebiendo cloro -cuando hay gente que muere siguiendo su consejo-?

Este tema ahora ha sido reforzada porque hay plataformas de Internet que prometan “libertad de expresión” pero ocultan sus agendas políticas propias. Y la compra-venta de estos plataformas entre las personas más pudientes de la tierra -y por ende las muy poderosas- motiva suspicacias sobre el alcance real del derecho a la libre expresión.


 
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