miércoles, 29 de marzo de 2017

Los niños asesinos en situación de calle



Los niños asesinos ya notorios por matar a un militar e herir a otro en Sabana Grande no actuaron solos: forman parte una banda de muchachos muy jóvenes que hacen vida en la calle.*

La reacción del público ha sido mixto; hoy oí a una persona, profesional de la psicología opinar que deben “encerrarlos”, y le pregunté: ¿por cuánto tiempo y dónde?

La existencia de estos muchachos es evidentemente una señal más del deterioro de nuestra sociedad, pero este fracaso colectivo viene gestándose desde hace muchos años. Ha habido niños sin techo y sin amparo en la misma zona desde hace decenios y conozco excelentes investigadores que los ha intentado acompañar y que han estudiado su situación**. 

Evidentemente la solución de este problema rebasa a las posibilidades de acción quienes se preocupan por la suerte de estos niños pero que no tenemos ni los fondos ni la estructura para atenderlos. Sin embargo nuestras carencias no nos exoneran de la responsabilidad de actuar. Tenemos que exigir medidas apropiadas y compasivas para atenderlos.

La estrategia no va a suponer ni más castigos ni aislamiento (cárceles para jóvenes). Se requiere un programa masivo para atender sus necesidades y ayudarlos a encontrar lugares adecuados para ellos. Esto incluye proveer educación, salud, abrigo institucional, manutención y terapia.  

Referencias 

*https://es.panampost.com/sabrina-martin/2017/03/21/ninos-asesinos-aterrorizan-caracas/
** http://www.elagora.org.ar/site/documentos/Centro-Documentacion/Ninos_con_Experiencia_de_Vida_en_Calle.pdf

domingo, 26 de marzo de 2017

Un hombre pleno



Anoche terminé “A man in full” (Un hombre pleno) de Tom Wolfe. Al principio se trata de una revisión en ficción de diferentes estilos de masculinidad, y el novelista parece intentar contestar la pregunta: frente a los retos de la vida ¿qué hace un hombre pleno?

Sin embargo el libro me ha dejado traumatizada porque la primera mitad es tan estupenda, y la segunda parte es tan decepcionante.

Sólo daré un ejemplo. Un personaje, el  honroso, heroico y compasivo Conrad Hensley, es víctima de todas las desgracias posibles. Aparte de de las miserias iniciales que confronta, es injustamente encarcelado. En la penal, encuentra un libro sobre los estoicos, y de repente -con fervor religioso- se hace adepto de esta filosofía. Dice: “ellos harán lo que tienen que tienen que hacer y lo haré lo que yo tengo que hacer”, es decir, apela a una ética superior frente a la tiranía y la injusticia, y niega sacrificar su dignidad simplemente para salvar su pellejo terrenal.

Hasta este punto la novela me tenía cautiva, pero a continuación sus desventuras se conviertan en sátira: intentando socorrer a otro recluido, gana la enemistad de un preso acosador y matón que amenaza con ultimarlo “mañana”. Parra salvarle a Conrad el pobre autor no tuvo salida; tenía que apelar a un milagro, y –gracias a Dios- aquella misma noche un terremoto destruye la prisión. El único preso que logra escapar la destrucción es: ¡Conrad! y Wolfe continúa resolviendo la trama con soluciones similares por el resto de la narración.

¿Por qué me molesta tanto? Primero porque al comienzo del libro Wolfe describe a Atlanta en el Sur de los Estados Unidos, retratando honestamente al racismo, a la violencia y a la complejidad esencial de la ciudad.

Segundo, yo como lectora iba invirtiendo afecto en la novela, y me gustó la idea de una respuesta estoica frente al avasallamiento social que Wolfe captó en el inicio.

Sobre todo ahora, en la época de Donald Trump, me parece apto apelar al ejemplo de la responsabilidad fundamental de Epicteto, filósofo griego y esclavo (luego liberado) en Roma. Los héroes aceptan los retos y caminan al destierro sin bajar la cabeza. En cambio Conrad Hensley y los otros personajes de la novela de Wolfe nos defrauden: podrían haberse arriesgado de verdad, y podrían haber hecho cargo de sus vidas, pero se convirtieron en parodias. 


Por esta razón tengo que escribir estos comentarios. 


viernes, 24 de marzo de 2017

de diente de león



Me siento en esta silla
de aluminio frio y
aguardo en el patio,
detenida, esperando.
Como felino quieto
permanezco. Yo acecho

la luna llena, pasajera
e inmoderadamente 
perecedera y fugaz.
Intento parar el tiempo,
pero respiro, y oigo
el pulso de mi corazón. 
Crecen mis uñas y pelo. 

Se desvanece la luna, 
resoplada tras las nubes
como pétalos pálidos 
de la endeble corola
de diente de león. 

(Karen Cronick)

martes, 21 de marzo de 2017

El rabipelao y los recolectores de basura




Todavía estoy enojada: en unas cuantas ocasiones en mi vida me ha pasado que la rabia me descontrola, y hoy fue una de ellas. Escribir es uno de mis mecanismos de recuperación anímica, y por esta razón voy a contar lo que pasó y analizarlo.

Estaba en mi carro, y muy alerta porque había vuelto a recalentar –sólo quería llegar a casa mientras podía-. Estaba en una calle medio rural, y al lado de la vía estaba estacionado un camión de basura. Vi a dos jóvenes recolectores jugando, se reían mientras con sus gruesas botas pateaban algo, y pensé primero que jugaban futbol con una bolsa de desperdicios. Al pasar el camión vi que el “objeto” era un pequeño y muy asustado rabipelao que intentaba escaparse. 

Frené el carro en seco y salté al pavimento, estaba fuera de mí con una repentina rabia descontrolada. Les grité, les llamé por cada insulto que podía recordar en el momento: “¡Degenerados! ¡Depravados!  ¡Este animal no les ha hecho nada – son  unos desgraciados y menos humanos que él!” –y cosas así. Se quedaron mirándome con sonrisitas amables, seguro pensando que yo era una loca del camino.

Vi al marsupial cruzar la calle corriendo hacia la parte trasera del camión. Seguí evaluando a la falta humanidad de los jóvenes en tonos subidos, y uno de ellos fue alejando lentamente en la misma dirección donde se había ido el rabipelao. Tengo que decir que algo en mí no me dejó procesar que probablemente  lo seguía para terminar de matarlo, y menos mal, porque si lo hubiera pensado, hubiera ido tras él. 

Estos son los hechos. Ahora ¿por qué estos jóvenes encontraban placer en maltratar un animalito? Sé que ahora ocurren cosas peores en Venezuela, que el placer de matar no se limita a los animales. Pero ver la alegría de los muchachos mientras lo hacían fue -y todavía es- doloroso para mí. Después los volví a ver en la misma calle cuando había dejado mi carro en el taller de un mecánico amigo y seguía a pie a mi casa. Al verme desde el camión volvieron mostrar grandes sonrisas. Creo que fui parte de la diversión. 

La psicóloga en mí quiere preguntarles sobre qué sentían. Quisiera suscitar alguna duda en ellos, pero su mundo y el mío son demasiado distantes. Prefiero el mío, pero hay que considerar que tal vez ellos se sientan bien en el suyo. ¿Hay posibilidades de entendimiento?


 
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