sábado, 25 de agosto de 2012

de Eduardo V. Ludeña


                              
Las Cucarachas no Sudan, Abdón.

--- "Pero sí, Abdón, lo dices con todas sus palabras : 'Tuve miedo, la respiración entrecortada, el corazón loco dentro de mi pecho, el sudor mojando mi rostro.'   Es obvio que aquel ser sudaba y además que aquel ser tenía una caparazón y pies innumerables."

---" Sí, pero no era una cucaracha. Justamente el hecho de que tuviera innumerables pies denota que se trataba de otro tipo de criatura, de alguna creación hecha por el hombre a través de la manipulación genética.  Porque en el fondo era eso: la locura de los científicos que luego de haber dado con el secreto de la clave genética, no pudieron controlar sus inclinaciones demiúrgicas y crearon todo tipo de seres como producto de mezclas  estrafalarias de genes.  Mi  cuento del centauro haciendo resonar ominosamente los adoquines de la calle con sus cascos, infundiendo un miedo medular en las criaturas que se esconden a su paso, trata de ilustrar este mundo futuro, más fantástico que aquel creado por la imaginación de Luciano (el griego, de hace más de  dos mil años y no el Nuevo, de Quito).  Un mundo de aprendiz de brujo, producto de la ciencia altanera y soberbia que crea la semilla de su propia destrucción.  Pero debes concordar conmigo que el final del cuento está muy bien logrado: había engañado al lector haciéndole pensar que el ser que sentía miedo era un hombre en un mundo extraviado, poblado por centauros arrogantes y quizás despiadados.  Únicamente en la última frase dejo entender que aquel ser que perspiraba frío era una creación genética (ingeniosa (?), espantosa (?)) de un ser pensante que sin embargo vivía metido dentro de un caparazón y tenía innumerables pies".

--- " Y que aparentemente sudaba.  Pero las cucarachas, Abdón, (o ese ser que aunque fuera solo remotamente  que se le pareciera), no sudan. A menos que quieras romper las cadenas de causa y efecto.  Tiene que haber circulación sanguínea para que haya sudor.  La presencia del caparazón indica  solamente una circulación de tipo linfático que no produce sudor.  Pero claro, como estamos acostumbrados a pensar que la ciencia lo puede todo, que puede combinar seres disímiles y formar criaturas teráticas en que se conjugan los rasgos filogenéticos más dispares.  Pero lo cierto es que hay leyes básicas que limitan lo que es dable de ocurrir.  No todo es posible en el reino del señor, el cual al dar los primeros trazos de su creación, formuló al mismo tiempo las limitaciones de su obra.  Así, por inverosímil que parezca, hay cosas que no se pueden dar.  Esto me hace acordar de una anécdota relatada por Carl Sagan de un famoso arqueólogo (¿zoólogo?) de París que al ser objeto de una broma de parte de sus estudiantes, uno de los cuales se disfrazó de una criatura inverosímil, no recuerdo exactamente de qué, pero digamos con un cuerpo de toro pero con una cresta de dinosaurio, orejas de cerdo, etc., y se presentó en la habitación donde él estaba dormido. Este al despertar súbitamente a causa de la aparición grito "No puedes existir, por lo tanto no existes."

--- " Pero concordarás conmigo que eso fue mucho antes de que el ser humano a través de la ciencia indagara y explicara el mecanismo del código genético y lograra en meticulosa manipulación recombinar fragmentos de ADN para dar origen a formas de vida que nunca antes  se vieron.  Una vez que el ser humano tuvo en su acervo la clave y la tecnología de la recombinación genética, casi todo le ha sido (y le será) permitido. No creo que las leyes fundamentales a las que tú aludes, que por cierto, deben ser respetadas en las reacciones químicas y bioquímicas, impongan limitaciones tan estrictas que nieguen la generación de seres estrambóticos con sudor, miedo, caparazón e innumerables pies".

--- "Lo que los seres humanos, o sea los científicos pueden hacer, tú tienes razón, está abierto a increíbles posibilidades.  En esto estoy de acuerdo.  Pero la humanidad ha existido  solamente por un tiempo muy limitado.  Todos los experimentos que se han hecho hasta ahora y los que se puedan hacer en un futuro extenso, forman un conjunto ralo frente a la inmensidad del tiempo en que la  naturaleza ha hecho sus propios experimentos.  La naturaleza (o dios, si tu quieres) ha dispuesto de muchísimo más tiempo y para colmo logró hacer la transmutación de cucaracha en hombre, o si tu quieres en lenguaje más técnico, logró la transformación de artrópodos en vertebrados.  Y la verdad es, Abdón, que contrario a lo que decía Einstein, dios sí juega a los dados. Como base de lo existente, Abdón, está  una descomunal partida de dados que se extiende desde el origen del tiempo (si el tiempo tiene origen) hasta eones infinitos.  ¿Es el azar que crea, dado suficiente tiempo estructuras inverosímiles (o serán más bien, verosímiles?). Y así fue, por acción del azar, que  los genes que controlan la ventralización y la dorsalización de los artópodos invirtieron sus funciones en algún artrópodo.  De esta forma, hace como 560 millones de años (hay el fósil de Ediacara chordate para atestiguar la historia) como resultado de una sutil mutación en la intervinieron proteínas y genes, se cambió el orden de estos procesos.  ¿Qué cómo lo sabemos? Porque los genes que regulan la formación del vientre y la espalda en los insectos son extremadamente parecidos a los genes que forman el vientre y la columna en los vertebrados (ratones y hombres, Abdón).  Sólo que el orden está invertido.  Claro, por obra del azar.  Por eso, Abdón,  esa dislocación que ocurrió hace 560 millones de años es responsable de que tú y yo estemos aquí. Por eso te digo, que esa dislocación es el reflejo de ese juego de dados subyacente, de la cósmica risa del señor, que se divierte creando estructuras (verosímiles, porque existen)  más fantásticas que todas las humanas fantasías.  Así que para colmo, la columna vertebral da un albergue seguro al sistema nervioso que es el que hace vibrar las moléculas de nuestros cuerpos en esas cosas que llamamos emociones.  Emociones, Abdón, que por complicadísimos procesos bioquímicos conectan la ilusión con el dolor y destilan gotas de nuestras epidermis.  Sí Abdón, nosotros si sudamos, algunas veces hasta por el miedo cósmico que nos produce el atisbar el juego, el gran juego, el espantoso juego, el insondable juego.

Para Abdón Ubidia
Eduardo V. Ludeña
 
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