miércoles, 25 de mayo de 2016

Odio y obediencia



En el cuarto contiguo está prendido CNNI, y escucho los noticieros con el pasmo usual que me producen. Aparece la piloto ucraniana Nadezhda Sávchenko que recién fue liberada por los rusos; habla de su odio y rencor –aunque para reconocer los matices de su discurso, habla también de su deseo que este encono se convierta algún día en “sabiduría”-.  Muchas de las otras noticias también refieren a los grupos que aborrecen los unos a los otros por la sencilla razón de que son diferentes. 

¿Por qué tenemos que odiar a quienes no nos parecen? En parte, creo, se trata de un residuo de la necesidad infantil de pertenecer y el miedo a lo extraño. Esto existe en nosotros, y es un algo -como la torpeza del adolescente- que como adultos, tenemos que transformar en compasión, tolerancia y aceptación.

Pero hay otro elemento en estas animadversiones. Constituyen una especie de asidero que tenemos pegados a nuestras nucas, por donde los políticos y los generales nos pueden agarrar y luego conducirnos a las más espantosas riñas con nuestros vecinos. 

¿Por qué estos políticos y generales harían algo semejante? Lo hacen porque al odiar al otro nos unimos tras el líder que sea, y de este modo aumentamos su poder sobre nosotros. 

El odio nos convierta en autómatas obedientes. 

sábado, 7 de mayo de 2016

El odio



Hay que luchar para que el odio no nos infecte. Es una sombra malvada que recorre el mundo apagando las luces de la civilización; lo hemos visto antes en la historia: dicha oscuridad no se originó en una religión o una etnia particular, pero para algunas personas lleva el nombre de una persuasión específica. 

También hemos visto antes como se señalan a grupos enteros como culpables por los actos de unos cuantos. A pesar de esta xenofobia, en realidad los armas letales no tienen origen étnico, ni religioso, ni nacional: se disparan libremente en todo el mundo.

La muerte de “John el yihadista” es un asesinato que ocurre allende de cualquier sistema jurídico. Las muertes de víctimas del mismo “John” (James Foley, Steven Sotloff, David Haines, Allan Henning, Abdul Rahman Kassig y los demás) también son extrajudiciales: son todas muertes motivadas por el odio y esto es lo que debe estar preocupándonos. Las de París fueron la consecuencia de la total irracionalidad, insensatez y aberración. Francia resiste al odio por ahora pero la hiel siempre cobra la humanidad de sus víctimas por trozos. 

En Venezuela la muerte de “El Picure” es, igualmente, extrajudicial, en un país que de manera formal rechaza la pena de muerte reglamentada judicialmente. Es urgente buscar como neutralizar aquella hiel antes de que nos corroiga desde adentro a nosotros también. 

No se puede aceptar al terror como una estrategia que nos viene a dominar; hay que hacerle frente. Pero la lucha mayor es contra la inquina y el horror. Por esta razón tenemos que vernos todos como seres humanos, los de todos los partidos políticos, los cristianos, los judíos, los musulmanes, los budistas y de origen nacional. 

Esto no significa que aceptemos también a la impunidad. Quienes han cometido actos ilegales -y contra la humanidad- tienen que responder por sus crímenes, pero no en la calle a puñetazos y balazos, sino en cortes debidamente constituidas por jueces calificados bajo un sistema constitucional que las ampare.  Es cierto que hay que aislar a quienes han elegido odiar y obrar en consecuencia. Hay que llevarles a la justicia, pero no la justicia de vengador, sino la de la ley y el derecho.

 
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