sábado, 2 de enero de 2010

Tánatos y la Tecnología



Fuente


Los cristianos fundamentalistas defienden algo importante: la capacidad del hombre y la mujer de actuar desde lo humano y no sólo desde la tecnología. Lo que pasa es que no entienden su propia causa y se equivocan en sus protestas.






Nombro algunas de sus causas:

1. Defienden la vida de los fetos porque hoy en día la tecnología médica permite que las mujeres puedan obtener abortos seguros en una clínica con supervisión profesional, pero olviden de las vidas de miles de adultas que por diversas razones deben terminar un embarazo.

2. Niegan a la evidencia científica que señala los cambios climáticos.

3. Niegan a la evidencia arqueológica, geológica y biológica que pone en duda su interpretación estrecha de la creación de la tierra en el primer capítulo del Viejo Testamento.

¿Qué tienen en común estas posiciones? Diría yo (a las 4:30 a.m. en el segundo día del nuevo año) que de manera confusa y no-informada intuyen la intrusión de Tánatos en la relación que los seres humanos tenemos con la tecnología.

Explico: en la mitología griega Tánatos es el dios de una muerte suave, seductora, casi deseada: es un hechicero atrayente.

Y ahora y de igual manera vemos que la pulida y reluciente maquinaria de la tecnología nos embelesa y nos lleva casi sonámbulos hacia la destrucción colectiva.

Podríamos llamar esto la seducción de Tánatos o la irracionalidad social, pero la conducta de los individuos está inmersa en complejas motivaciones y justificaciones sociales que tienen hondas raíces históricas. Hablo de un proceso colectivo que rebasa al individuo.

Hannah Arendt (La Condición Humana) imaginó un viaje a otro planeta para escapar las condiciones impuestas por la vida en la tierra; el problema, dice, es que llevaríamos nuestra sociedad de objetos dominantes como bagaje y ellos reproducirían las mismas desgracias que sufrimos aquí. Ella distingue entre: a) la labor, lo que hacemos para cubrir nuestras necesidades, b) el trabajo, o la creación de un mundo de artificios y c) la acción que trata de la capacidad que tenemos de iniciar algo nuevo desde el colectivo con relación a nuestros semejantes.

El problema es que los objetos se establecen como un mundo aparte y nuestra tecnología comienza a exigir ciertas respuestas de nosotros; no son simples medios para lograr algo. Un solo tractor ara la tierra, pero el conjunto del sistema de producción, comercialización y uso de la maquinaria pesada se vuelve automático, es decir comienza a “surgir por sí mismo”.

¿Se acuerdan de la película “Terminator” donde un bruñido e indestructible robot-asesino asecha a unos pobres humanos? La metáfora es evidente.

Es que nosotros somos útiles para el sistema, y no a revez. La tecnología crea un nuevo ambiente con sus propias reglas que nosotros no controlamos, y nuestra biología se ha puesto a sus órdenes. Además el proceso de la creación tecnológica es como una evolución de formas y estructuras que cambia irreversiblemente no sólo al mundo sino a la capacidad de la colectividad de personas para actuar libremente y pensar por su propia cuenta.

Cuando escribió el libro en 1958 Arendt intuyó que la tecnología y la ciencia terminarían borrando la distinción entre lo natural y el “artificial”. ¿Es irracional este borrón? En algunos casos, no, como en el desarrollo de un “marcapasos” para extender la vida de quienes padecen de problemas coronarios, la creación de vacunas para prevenir enfermedades que antes eran masivamente mortales y el uso generalizado del Internet que democratiza la participación política de las personas “ordinarias” como ustedes y yo.

Pero los artefactos son sables con dos filos: el auto particular nos transporta al mismo tiempo que su motor de combustión interna contamina la atmósfera, por ejemplo.

Hoy en día la pérdida de la distinción entre lo natural y artificial se hace evidente con la existencia de clones de animales, la alteración genética de los organismos y el uso de insecticidas y herbecidas en la agricultura y la guerra que también produce modificaciones genéticas -entre muchas otras tecnologías y productos.

Se trata de mundos autónomos de tecnología y comercialización que conllevan de manera inextricable la contradicción entre el bienestar y destrucción; por ejemplo la industria de las armas y la guerra trae prosperidad a quienes trabajan para ella como militares, fabricadores y personas en empleos contiguos, pero llevan la muerte para quienes sufran los efectos de sus productos. Inclusive, las mismas personas que pareciera que se benefician de dicho mundo de destrucción pueden sufrir las consecuencias de amar a Tánatos como se vio en el pueblito de Colombine en los Estado Unidos; se trata de un municipio donde la industria principal es una fábrica de armas, y fiel a esta tradición en un incidente muy publicitado, un muchacho de los suyos abrió fuego contra sus amigos en el liceo local. Y en otro ejemplo, los intereses tras la industria de extracción, industrialización y venta de fuentes energéticas son ya casi inseparables del resto de la sociedad humana: nos calienta, nos transporta y cocina nuestros alimentos, pero también nos controla al punto de llevarnos al suicidio colectivo por medio de la destrucción ambiental.

Este no es el lugar para ir enumerando los casos particulares, porque basta con señalar que la racionalidad de la producción y uso los objetos conlleva muchas veces a irracionalidades y nos conduce a Tánatos.

La respuesta, dice Arendt, está en la acción política, es decir en la acción intencional, colectiva e inclusiva, se puede crear una “esfera pública” que no depende de los objetos que hemos fabricado y el sistema de fabricación.

Pero pregunto: ¿Realmente podemos parar esta espantosa irracionalidad? A pesar de las conferencias de Kyoto y Estocolmo no hemos podido confrontar exitosamente la hiedra de mil cabezas que hemos creado y parar el proceso de calentamiento global.
 
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