lunes, 8 de febrero de 2021

Obediencia

 

Karen Cronick
Instituto de Psicología
Universidad Central de Venezuela



Resumen

Este escrito es el resultado de varias reflexiones sobre el tema de la obediencia. No es una investigación sistemática. Aunque indague sobre un tema de gran importancia social, y recurra a muy variadas fuentes científicas, literarias, filosóficos, históricos e inclusive, periodísticas, se trata de una reflexión inicial.  

Hay dos problemas principales que hay que superar al razonar sobre este sustantivo. Primero, se trata de una palabra con una enorme variedad de acepciones, algunas de las cuales son contradictorias; segundo, todas ellas tienen contextos, y aun léxicos incompatibles. Sin embargo, se trata de un tema con gran arraigo cultural e impacto afectivo. Su ambigüedad aumenta el impacto de la noción. 

Repaso enfoques muy distintos sobre el tema de la obediencia: Primero hago una corta referencia a algunos hallazgos de la psicología social y estudios sobre la “modificación de la conducta”; luego, tomo en cuenta ciertas leyendas, como es el caso de la obediencia de Ifigenia a su padre Agamenón o la obediencia de Abraham a Dios. A continuación, examino el problema de la “obediencia debida” entre las fuerzas de orden, y el punto de vista asumido en los juicios de Núremberg.  Al final considero la capacidad que tenemos para decir “no”, tal como ha sido elaborado por Mead y Sartre. Concluyo con algunas reflexiones finales sobre la naturaleza de esta diversidad y la urgencia de seguir investigaciones sobre el tema en la psicología y las ciencias sociales. 

Palabras claves: obediencia, sumisión, autonomía.

Abstract

This text is the result of several reflections on the subject of obedience. It is not a systematic investigation. Although it inquires about a subject of great social importance, and uses a wide variety of scientific, literary, philosophical, historical and even journalistic sources, it is an initial reflection. 

There are two main problems to overcome when reasoning about this noun. First, it is a word with a huge variety of meanings, some of which are contradictory; second, they all have incompatible contexts, and even lexicons. However, it is a subject with important cultural roots and affective impact. Its ambiguity increases the social impact of the notion.

I review very different approaches to the subject of obedience: First I make a short reference to some findings from social psychology and studies on "behavior modification"; then, I take into account certain legends, such as the case of Iphigenia's obedience to her father Agamemnon or Abraham's obedience to God. Next, I examine the problem of "due obedience" among the military and law enforcement corps, and the point of view taken at the Nuremberg trials. In the end I consider our ability to say "no", as elaborated by Mead and Sartre. I conclude with some final reflections on the nature of this diversity and the urgency of further research on the subject in psychology and the social sciences.

Keywords: obedience, submission, autonomy.


Introducción

La obediencia es, tanto una conducta como una posición existencial en que una persona acepta las instrucciones u órdenes de otro individuo o de un grupo, cuya autoridad o poder ella puede reconocer.  En algunos casos su acatamiento es voluntario, pero en otros es forzado como en el caso de la sumisión o la sujeción. Obedecer no es lo mismo que la conformidad o el asentimiento razonado de la influencia de los demás. 

Evidentemente, parte del problema es semántico. Obedecer es un acto, en el que no importa si se lo realiza activamente, o no (como el contraste entre levantar la mano para votar –un acto-, y quedarse inmóvil ante a un semáforo en rojo –inacción-); implica la observancia de una orden, a veces sin reflexionar sobre la bondad o conveniencia de esta subordinación.  Por otro lado, aceptar una sugerencia o indicación tras valorar los potenciales beneficios -o la ética de asentir en su cumplimiento- no es lo mismo que aceptar irreflexivamente una exigencia ajena. 

Hay dos problemas principales que hay que superar al reflexionar sobre el sustantivo “obediencia”. Primero, se trata de una palabra con una enorme variedad de acepciones, algunas de las cuales son contradictorias, por ejemplo, la distinción entre la obediencia voluntaria y reflexionada a una ley, y, por otro extremo. la conformidad de los integrantes en una turba callejera a los órdenes de un revoltoso.

 Segundo, todas ellas tienen contextos, y aun léxicos incompatibles. Por ejemplo, el contexto de un informe profesional en la psicología de la Modificación de Conducta dista mucho del dictamen de un juez en un caso de la obediencia debida en el mundo militar. Sin embargo, todos tienen efectiva relevancia social y ética para nosotros. Se trata de un tema con gran arraigo cultural e impacto afectivo, y su ambigüedad aumenta el efecto social de su uso. Es menester examinar estas discordancias y compararlas.

Todos obedecemos. Se espera que los niños respeten las advertencias de sus padres y maestros. Al nivel social en las democracias se supone que las leyes sean el producto de un pacto social acordado colectivamente, que ellas representan la voluntad de la población y que por ende deben ser respetadas por todos los ciudadanos. 

En este artículo considero –desde puntos de vista muy distintos- el concepto general de obediencia. La razón para esta diversidad es la necesidad de abarcar el concepto en su amplitud. Desde los Juicios de Núremberg, que consideramos en este texto, la obediencia ha sido un problema colectivo, político y personal. Se relaciona estrechamente con otros conceptos como la responsabilidad legal y ética, la cual en una democracia liberal recae sobre el individuo y no sobre los grupos o las familias como ocurría en la ley romana y medieval. 

En este trabajo, defino la noción como: Acción de acatar; a) a la voluntad de otra persona, b) a una norma o una ley, c) a una normativa social o d) a una mayoría.” Incluyo en estas reflexiones a la aceptación dada en los estudios sobre la Modificación de la Conducta con respecto al aprendizaje de las contingencias.   

La organización de este artículo es la siguiente: Primero hago una corta referencia a algunos hallazgos de la psicología social y los estudios sobre la “modificación de la conducta”. Luego considero referencias históricas y de leyenda, como la obediencia de Ifigenia a su padre Agamenón y la obediencia de Abraham a Dios. Termino esta sección con una consideración de la noción de la obediencia debida para los funcionarios del Estado, y una reflexión sobre la posición de los juicios de Núremberg.  Al final considero la capacidad que tenemos para decir “no” tal como ha sido elaborado por Mead, Sartre y Schütz. Concluyo con algunas reflexiones finales. 

Método

Se trata de una reflexión general sobre un tema de urgente interés para la psicología y las ciencias sociales, escrita desde una perspectiva personal. De manera intencional he elegido ámbitos diversos de pensamiento (investigación psicológica, revisión de leyendas, consideraciones sobre disposiciones legales respecto a prácticas castrenses y reflexiones sobre ciertas posiciones filosóficas relacionadas con la capacidad existencial que tenemos para elegir). Estos contenidos reflejan algo de la amplitud de la experiencia humana, y demuestran la complejidad del tema. Hay muchos contenidos que tuve que obviar, o mencionar sólo muy brevemente ; mi criterio para seleccionarlos -en el corto espacio de este artículo- fue la necesidad de abarcar el concepto con amplitud suficiente para poder incluir las tendencias primordiales para los psicólogos, sociólogos, historiadores y otras profesiones.  

Debido a la naturaleza personal de estas reflexiones he empleado la primera persona gramatical para expresar el contenido de este artículo. Se trata de una posición ética, es decir, la de asumir la responsabilidad por el texto.    

Justificación

La obediencia es un tema que ha preocupado a psicólogos sociales desde hace más de setenta años. Con acercamientos metodológicos distintos, Milgram (1963 y 2005), Zimbardo (2009), Asch (1955), Moscovici (1996) han considerado sus aspectos sociales y éticos, junto con las implicaciones inquietantes de la conformidad y la deferencia a la mayoría, en el sentido de la sumisión del individuo a los dictados de una colectividad. 

Aparece la misma intranquilidad en contextos muy antiguos de reflexión. Comenzando con el Antiguo Testamento y las tragedias griegas del siglo VI a.C., encontramos dudas similares. Obedecer ha sido un valor cultural muy positivo por mucho tiempo y, paralelamente, su bondad ha sido cuestionada; cumplir con las exigencias del rey era una obligación que casi no se discutía, pero muchos autores como los griegos Sófocles y Eurípides, y los del Renacimiento como Shakespeare, Michel de Montaigne y Erasmo abrieron la puerta a disidencias.

Por un lado, estaba Thomas Hobbes (1651/s/f) para quien someterse formaba la base filosófica de una sociedad ideal. La obra de Hobbes es una justificación del Estado absoluto. Propuso la idea de un contrato social que consideraba necesario porque en su opinión los hombres son esencialmente egoístas. Por esta razón tienen que subyugarse a un poder mayor para poder vivir en paz. 

El único camino… capaz de defenderlos [a los hombres] contra la invasión de los extranjeros y contra las injurias ajenas, … es conferir todo su poder y fortaleza a un hombre o a una asamblea de hombres …, todos los cuales, por pluralidad de votos, puedan reducir sus voluntades a una voluntad… Esto es algo más que consentimiento o concordia; es una unidad real de todo ello en una y la misma persona, instituida por pacto de cada hombre con los demás, en forma tal como si cada uno dijera a todos: autorizo y transfiero a este hombre o asamblea de hombres mí derecho de gobernarme a mí mismo, con la condición de que vosotros transferiréis a él vuestro derecho, y autorizaréis todos sus actos de la misma manera. Hecho esto, la multitud así unida en una persona se denomina ESTADO, en latín, CIVITAS. Esta es la generación de aquel gran LEVIATÁN …. (Mayúsculas del autor, Hobbes, 1651/s-f, p. 99-100).

Por otro lado, aún antes de la Ilustración en el siglo XVIII, hubo severas críticas a las virtudes de la obediencia política. Étienne de la Boétie (2015), en el inicio de su libro, “Discurso sobre la servidumbre voluntaria”, expresó así sus motivos para escribirlo:

De lo que aquí se trata es de averiguar cómo tantos hombres, tantas ciudades y tantas naciones se sujetan a veces al yugo de un solo tirano que no tiene más poder que el que le quieren dar; que solo sabe dañarles mientras quieren soportarlo… Cosa admirable y dolorosa es, aunque harto común, ver a un millón de hombres servir miserablemente y doblar la cerviz bajo el yugo….(p. 18).

La obediencia no es siempre indeseada. Como señalo en este artículo, es apropiado obedecer la ley en una democracia, y para los niños y jóvenes es deseable que obedezcan (en el sentido de respetar) a sus padres. También se obedecen a los dictados de la conciencia y la razón. Se obedece al árbitro en los juegos competitivos. Refiere a algo complejo en la cultura humana que debe ser visto en su multiplicidad. 

La Psicología Social y el conductismo

Uno de los contextos particulares en que la obediencia ha sido un tema de estudio es la psicología social y el conductismo. Tienen sus propios métodos y vocabularios, y se destacan por presentar posiciones teóricas particulares sobre la tendencia que tienen las personas a acatar sin reflexionar a las expectativas de la autoridad o a las expectativas de la mayoría. Reviso los estudios de Milgram (1963 y 2005), Zimbardo (2009), Asch (1955), Moscovici (1996) y Skinner (1985). 

Los experimentos de Milgrim

Milgram (2005) demostró que la gente tiende a obedecer a ciertas figuras reconocidas como autoridades legítimas. En un trabajo ampliamente conocido, empleó una situación experimental en que se ordenaba a los sujetos a realizar actos contra normativos, los cuales parecían cada vez más dañinos para una tercera persona, aunque en realidad se trataba de una situación fingida en la que nadie fue realmente lastimado. Las órdenes fueron dadas por un “experimentador” vestido con una chaqueta gris de laboratorio, y el escenario fue una replicación de un laboratorio de experimentos psicológicos. Los sujetos creían que participaban en un estudio científico sobre el aprendizaje, y no conocían la razón verdadera de su contribución.  El estudio fue replicado por Jerry Burger (enero, 2009) con ligeros cambios. Las tasas de obediencia eran similares a las obtenidas por Milgram quien encontró que en su mayoría los sujetos obedecían las órdenes que recibían, sin cuestionar la ética de sus actos. En este caso se trata de la obediencia ciega a una figura de autoridad.

Los experimentos de Zimbardo

Un estudio llevado por Zimbardo (2009) en la Universidad de Stanford, también es bien conocido. Zimbardo simuló una situación de cárcel y asignó los sujetos a dos grupos: los “presos” y los “custodios”. En los resultados los sujetos presos recrearon la situación de obediencia a los carceleros, y los custodios, por su propia iniciativa, tomaban el papel de represores, a veces de manera brutal, tal como si se tratara de una cárcel de verdad, aunque podrían haber terminado su participación en cualquier momento. Todos los participantes asumieron roles conocidos por ellos, sin reflexionar en por qué lo hacían.

Dijo Zimbardo en su libro “El efecto Lucifer”:

Una de las principales conclusiones del experimento de la prisión de Stanford es que el poder sutil pero penetrante de una multitud de variables situacionales puede imponerse a la voluntad de resistirse a esta influencia. …. [Hubo] una gama muy amplia de participantes en estos estudios —como estudiantes universitarios o ciudadanos corrientes— acabaron accediendo, obedeciendo o dejándose tentar para hacer cosas que no podían imaginar antes de entrar en el campo de esas fuerzas situacionales. [Hemos examinado] una serie de procesos psicológicos dinámicos que pueden inducir a una persona buena a obrar mal, entre ellos la des individuación, la obediencia a la autoridad, la pasividad frente a las amenazas, la auto justificación y la racionalización. Otro proceso psicológico fundamental para transformar a personas normales y corrientes en autoras indiferentes o incluso complacientes de actos malvados es la deshumanización. La deshumanización es como una catarata en el cerebro que nubla el pensamiento y niega a otras personas su condición de seres humanos. Hace que esas otras personas lleguen a verse como enemigos merecedores de tormento, tortura y exterminio…. (Zimbardo, 2007, Prólogo, p. 6).

¿Cuál es la diferencia principal entre la obediencia descrito por Milgrim y Zimbardo? En el caso del primero, los participantes obedecen a una figura de autoridad, aun contra sus propios sistemas normativos. En el segundo caso, asumieron sin cuestionar, a un sistema de roles sociales ampliamente conocido en su cultura.  Este segundo tipo de obediencia no es inducida por una figura de autoridad, por lo menos no directamente. Es situacional, en donde aspectos culturales, el aprendizaje de expectativas sociales, la presión social y la auto-justificación interactúan para moldear el comportamiento de los individuos. Estas situaciones aparecen naturalmente en instituciones totales como prisiones, en el mundo castrense, y aun en escuelas donde las expectativas sociales de grupos cerrados conducen a fenómenos como “bullying” (maltrato). 

Asch y Mosovici

En los dos casos revisados hasta ahora los experimentadores simulaban situaciones en que la obediencia es esperada, es decir, se trata de roles donde hay conductas normadas culturalmente (obediencia a una autoridad académica o a un sistema de roles conocidos). 

En el caso de Solomon Asch (1955) la situación es diferente: la autoridad es “una mayoría”, es decir, una entidad abstracta.  Los participantes tendían a doblegarse frente a una colectividad artificial, dejando solo al participante para  formular juicios distintos a los de los demás. Serge Moscovici, en “La psicología de las minorías activas” (1996) reporta sobre modificaciones que hizo en los experimentos llevados años antes por Asch. Repitió el formato original, pero añadió un cómplice más, cuya tarea era dar la respuesta correcta antes del turno del sujeto. Con este respaldo, los sujetos experimentales se atrevían a seguir sus propias inclinaciones y respondían con la respuesta que consideraban realmente apropiada.

Moscovici llamó a estas personas que abran paso a la disidencia, “desviantes de la mayoría” o “minorías activas”. El libro tiene además múltiples ejemplos de estas minorías en la vida política, entre ellos un relato sobre el disidente ruso Aleksandr Isáyevich Solzhenitsyn, premio nobel y autor ruso de varios libros, entre ellos “Un día en la vida de Iván Denísovich” en que denunció los abusos cometidos contra los condenados en un Gulag soviético. El libro actuó como la brecha en el dique político de aquel país, y provocó un debate sobre los aspectos negativos del estalinismo entre gente que antes no se atrevía a opinar.  

Como señala Moscovivi (1996), el comportamiento del individuo o del grupo asegura su   membresía en el ambiente social. La realidad se considera como algo uniforme, y la desviación de la norma representa una especie de fracaso en la inserción social. La influencia conduce a la reducción de la desviación, y la conformidad es entendida como consenso y equilibrio. 

Durante mucho tiempo los desviantes han sido tratados como estorbos. Moscovici, en cambio, los re-etiqueta como “minorías activas” donde pierden las connotaciones patológicas frente a la expectativa social dominante. Son individuos que poseen su propio código ético, y hoy en día los reconocemos entre las feministas, los luchadores por la equidad racial, los “gay” y ciertos opositores políticos. A partir del ejemplo de la minoría activa, otras personas, que antes eran marcados por la anomia, pueden engendrar su propio puesto en la sociedad. 

Condicionamiento operante

El condicionamiento operante no refiere directamente a la obediencia, porque se trata de un cuerpo de técnicas para manipular las consecuencias ambientales de la conducta. El reforzamiento de una conducta dada tiende a incrementar su frecuencia. Un sujeto tiene más probabilidad de repetir conductas que se asocian con consecuencias positivas, y menos probabilidad de repetir aquellas que producen resultados negativos. En general se trata de un aprendizaje asociativo; las contingencias de la conducta pueden provenir “naturalmente” del ambiente de manera no manipulada, es decir, de manera “normal” (al no cuidarse se puede caer por una escalera), pero también pueden provenir de programas para provocar ciertas consecuencias de manera artificial. En este caso la “obediencia” no es necesariamente consciente; el sujeto simplemente aprende las contingencias de sus actos.

El término se originó con los trabajos del Psicólogo Burrhus Frederic Skinner. La investigación sobre el condicionamiento operante ha producido una tecnología muy minuciosa que se emplea en la enseñanza, la medicina, la psicología y otras disciplinas, denominada “modificación de conducta”.

Hay un interesante relato en la autobiografía de Skinner, “A matter of consequences” (1983) en que el autor relata un encuentro con el humanista Erich Fromm. En 1958, los dos asistieron a un simposio. Fromm sentía que las técnicas del condicionamiento no tomaban en cuenta la capacidad de decisión y el libre albedrio de los seres humanos, y le dijo: “Las personas no son palomas” en referencia a estudios hechos por Skinner con esta especie. Skinner se molestó y desarrolló un pequeño tanteo en el condicionamiento allí mismo con relación al mismo Fromm:

En un pedazo de papel escribí ‘observa la mano izquierda de Fromm. Voy a moldear un movimiento de karate’ y se la pasé bajo la mesa a Halleck Hoffman. Fromm estaba sentado directamente frente a mí en la mesa y hablándome a mí mayormente. Giré mi silla ligeramente de manera que pudiera verlo con el rabillo del ojo. Gesticulaba mucho cuando hablaba, y cuando su mano izquierda subía, yo lo miraba directamente. Si bajaba la mano, yo asentía y sonreía. A los cinco minutos estaba moviendo el brazo en el aire tan vigorosamente que el reloj se le salía a cada rato por la mano» (cita tomado de Psyciencia, 2015).

En este relato Fromm “obedecía” a Skinner, pero sin saberlo. Se trata de un mecanismo de control, pero si Fromm hubiera entendido lo que le hacía, podría haber negado su participación. Las técnicas del condicionamiento funcionan en dos situaciones de base: a) cuando el sujeto ignora la disposición de las contingencias, y b) cuando tiene conocimiento de ellas y las acepta. De hecho, en ciertos tratamientos contra adicciones, los pacientes se someten a programas de condicionamiento aversivo de manera voluntaria para eliminar sus hábitos indeseados. 

Cuando el condicionamiento se asocia con el uso de la fuerza, como en ciertas situaciones de instituciones totales como cárceles, no es condicionamiento como está definido teóricamente; más bien se trata de casos de violencia y subordinación que nos recuerda a los experimentos de Zimbardo. 

Leyndas  e instituciones

En lo que sigue cambiamos radicalmente de referentes culturales. Los resultados sobre estudios académicos relacionados con la obediencia distan fundamentalmente de los discursos sobre las leyendas. Los primeros señalan los factores cognitivos y emocionales involucrados en el fenómeno. Las leyendas en cambio relatan ciertas experiencias que quedan como relatos o prototipos de conductas que luego generaciones sucesivas juzgan, emulan o rechazan. Son léxicos y contextos distintos, sin embargo, convivían culturalmente y forman parte de la red conceptual sobre nuestro tema. 

En un sentido similar, revisamos la obediencia en el mundo castrense que sigue a un discurso que puede distinguirse de todos los demás. Se trata del deber más fundamental del soldado, pero el Siglo XX nos ha enseñado que debe tener límites, que cuando la orden es ilegal o inmoral el soldado debe obedecer a una regla más alta y desobedecer a su cadena de mando. 

A continuación, examinaremos estos dos contextos nuevos sobre el tema de la obediencia. 

Agamenón

La mitología griega exalta los valores del heroísmo, pero también la noción del destino que a veces acosa y doblega a los héroes, quitándoles las mismas cualidades que podría haberlos hecho grandes.  Los guerreros, en su afán de destacarse en la batalla, a veces traen la violencia a casa, algo que podríamos interpretar –de manera sumamente anacrónica- como una especie de retorno del reprimido en el sentido freudiano. En el párrafo que sigue haré una brevísima sinopsis de la tragedia de la familia de la leyenda griega de Agamenón, para luego analizar algunos aspectos de su vida en mayor detalle.

Según la obra de Eurípides, “Ifigenia en Áulide”, Helena ha sido raptada por el troyano París; ella era la esposa de Menelao, el hermano de Agamenón, y éste es elegido jefe del ejército que irá a Troya para rescatarla. Cuando Agamenón quiso zarpar con sus marineros, sin embargo, se encontró varado en las playas debido al mal tiempo -con todo un ejército frustrado por la falta de “acción”. Un oráculo le dijo que para poder partir a la guerra tenía que sacrificar a su hija Ifigenia. Lo obedeció, porque valoró su aventura bélica más que ella. Clitemnestra, la madre de la niña, y esposa de Agamenón, también se sometió a la voluntad del oráculo, pero nunca le perdonó a su esposo. Es una crónica de encono y terror que se inicia con un héroe malvado que sacrifica todo por su propia búsqueda de gloria y poder: su legado es el odio. 

Hay elementos aquí que nos llaman la atención: la batalla exige. Una vez que los poderosos hayan juntado un ejército listo para ir al combate, hay que pelear o perder el dominio de la situación. El poder reclama obediencia a su dinámica, aún para los mandatarios, y ellos se convierten en los artefactos de la mecánica de su propio mando. Agamenón no quiso sacrificar a su hija, pero ya no puede obrar según su propia voluntad y al mismo tiempo mantener su reino. 

En la estructura del mito el sacrificio de Ifigenia es un umbral, y su sacerdote es tal vez el “guardián”; éste también conoce el precio de la autoridad y mando. Claramente no tiene tanto que perder como el rey, pero sabe que los soldados, a pesar de sus llantos por la inminente inmolación de la hija del rey, necesitan un signo de parte del monarca de su voluntad de seguir adelante. Ifigenia misma obedece: se ofrece mansamente a las exacciones de su rango: noblesse oblige. Sangre requiere más sangre en este imaginario: la sangre de los soldados debe ser precedida por la de la casa real. Es interesante que Agamenón no se sacrifica a sí mismo: sus generales podrían haber zarpado sin él. Se seleccionó la figura más vulnerable y débil de la familia.

Agamenón representa la obediencia a una cultura que exige violencia. No es el único mandatario que se ha permitido transgredir las normas más básicas de la humanidad: las tragedias griegas y las de Shakespeare están repletas de estas historias; en nuestra época los siglos XX y XXI también ofrecen muchos ejemplos no ficcionales. En este corto artículo no hay espacio para expandir sobre el tema, pero en mi libro “El agarre del héroe” (2018) lo desarrollo con más amplitud. 


Abraham

Otra referencia histórica y de leyenda para reflexionar sobre la obediencia tiene que ver con la autoridad religiosa. Es un tema de interés ahora porque existen actos de violencia en nombre de casi todos los credos; ciertos individuos se sienten llamados a defenderlos con bombas, masacres y armas de fuego.

El caso de Abraham en el Antiguo Testamento (reconocido por las tres religiones monoteístas principales) es de interés en nuestras reflexiones. Es uno de los primeros relatos sobre la violencia como mandato directo de Dios, pero al mismo tiempo contiene el tema del perdón. Evidentemente en este libro sagrado hay un sin-número de relatos en que Dios participa de manera violenta a favor de las israelitas (el sacrificio de los primogénitos egipcios, la violencia de Joshua en Jericó, y muchos ejemplos más).   La voluntad de Abraham de sacrificar a su hijo Isaac es un relato íntimo que examina los motivos del padre, y la obediencia del hijo que se asemeja a la de Ifigenia en la narración de Agamenón antes de irse a Troya. Por esta razón merece nuestra atención. 

Abraham, un acaudalado patriarca israelí de tiempos prehistóricos, aparece en el Antiguo Testamento como heredero directo de Noé. La secuencia de los eventos es: (El Antiguo Testamento, Génesis 22):

(...) Dios puso a prueba a Abraham: (v. 1) “Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moriá, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré”. (v. 2) (...) Isaac dijo a su padre Abraham: “¡Padre!”. El respondió: “Sí, hijo mío”. “Tenemos el fuego y la leña”, continuó Isaac, pero “¿dónde está el cordero para el holocausto?”. (v. 7) “Dios proveerá el cordero para el holocausto” respondió Abraham.(v. 8) Abraham erigió un altar, dispuso la leña, ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar encima de la leña. (v. 9) Luego extendió su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. (v. 10) Pero el Ángel del Señor lo llamó desde el cielo. (v. 11) Y el Ángel le dijo: “No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único”. (v. 12)

La historia tiene muchas interpretaciones posibles, pero en el contexto de este artículo nos concentraremos en la obediencia ciega de Abraham y la aceptación de Isaac, la víctima que al final fue perdonado. 

Kierkegaard (1843/1954), en la persona de Johannes de Silentio levanta la imagen del “pavor” de Abraham cuando decide obedecer la orden de Dios de sacrificar a Isaac, el hijo de su vejez quien podría haber cumplido la profecía de ser el progenitor de la Nación de Israel. Kierkegaard pregunta sobre la moralidad cotidiana de la obediencia de Abraham -- si esto fuera un vil asesinato o una prueba de fe; recuerda que Abraham no pidió a Dios que cambiara de opinión. Abraham obró por una fe irracional que aceptó la orden de Dios como también aceptó (en el último momento) el perdón divino para su hijo. 

Al poner a Abraham en la categoría de lo particular, Kierkegaard ubica su autor en relación, además de con Dios, con Hegel: Abraham está en relación con Dios como el esclavo se relaciona con el amo en la “Fenomenología del Espíritu” (Hegel, 1807/1987),  pero no como conciencias separadas, sino como una conciencia infeliz y global. Abraham no puede preguntar, si la orden divina es justa o si obedece a algún criterio de la verdad; no puede clarificar los motivos o preguntar si la voz que escuchó representaba realmente la voluntad de Dios: la verdad objetiva no es una meta válida para aminorar las exigencias de un Dios tan celoso.

Abraham es un padre amoroso e inmensamente dolido, pero su experiencia puede contrastarse con otros mandatos religiosos -más nefastos- para matar en nombre de una fe o una causa ideológica o nacionalista. 

La obediencia debida y el Estado moderno

En la tradición castrense encontramos otro léxico cultural y otros contextos históricos. El problema de la obediencia debida para los funcionarios del Estado, particularmente entre los militares y los cuerpos policiales, sigue sin resolverse. Este problema moderno puede distinguirse de la obligación de obedecer al oráculo que experimentaron Agamenón e Ifigenia, o la de Abraham de aceptar la voluntad de Dios. No se trata de una incontestable obligación ancestral que requiere la sangre sacrificial de la casa reinante como una señal de obediencia y sumisión a la tribu y la cultura.  

La institución militar es una instancia del Estado caracterizada por una inquebrantable cadena de mando; toda la disciplina del soldado descansa sobre la expectativa de su inmediato e incuestionado acatamiento a las órdenes de sus superiores. En la tradición castrense, el hombre de armas no puede tomar la iniciativa de cuestionar las órdenes que recibe de sus superiores: debe responder “¡Sí, Señor!” y obedecerlas. Sin embargo, algunas exigencias pueden ser ilegales, injustas o inmorales. ¿Cuál es la responsabilidad del subalterno castrense en estos casos? 

En español se habla de ciertas condiciones “eximentes” de responsabilidad criminal para los subordinados que “sólo cumplen órdenes”. Sin embargo, la jurisprudencia nacional e internacional no ha clarificado la naturaleza de estas condiciones; desde 1945 los gobiernos y los tribunales mundiales debaten respecto a dos posiciones encontradas: a) las expectativas tradicionales de la obediencia debida en el mundo castrense, y b) los límites legales de la ética militar y civil. 

Vale revisar estas realidades; me baso en dos autores chilenos Rocio Rivero Velarde (2016), y Juan Pablo Cavada Herrera (Abril, 2019). Según el primero, en el caso de órdenes ilícitas, el artículo 62 de la Ley Chilena Nº 18.834, sobre Estatuto Administrativo:

…[se] contempla el deber de representación de una orden que el funcionario estimare ilegal ante el superior, y en caso de éste reiterarla, la norma supone que el funcionario … deberá cumplirla, quedando exento de toda responsabilidad, la cual recaerá por entero en el superior que hubiere insistido en la orden…. (Rivero, 2016, p. 4)

Es decir, según esta ley es suficiente que el superior repita la orden ilegal para que el funcionario esté en el deber de cumplirla. Se entiende, además, que dicho funcionario se quedará eximido de cualquier responsabilidad personal. 

Cavada Herrera, revisando los códigos penales de varios países latinoamericano (Bolivia, Colombia, Costa Rica, El Salvador y Nicaragua) y España, encontró similares situaciones “eximentes”. Por ejemplo, Código Penal de Bolivia en su Artículo 40 identifica las siguientes atenuantes para la responsabilidad de subordinados:

Cuando el autor ha obrado por un motivo honorable, o impulsado por la miseria, o bajo la influencia de padecimientos morales graves e injustos, o bajo la impresión de una amenaza grave, o por el ascendiente de una persona a la que deba obediencia o de la cual dependa (Cavada Herrera, p. 4).

 En cambio, el Código Penal de Colombia en su artículo 32 añade: “No se podrá reconocer la obediencia debida cuando se trate de delitos de genocidio, desaparición forzada y tortura” (Cavada Herrera, p. 4).

La necesidad de explicitar las condiciones “eximentes” en los códigos penales de muchos países es un reflejo directo de tres instancias institucionales: a) los juicios de Núremberg, b) el Tribunal Internacional de Justicia en La Haya establecido originalmente en 1945 y c) la posterior aprobación del Estatuto de Roma en 1998, los cuales limitan la inmunidad castrense al nivel internacional. Históricamente, antes de la adopción de estos instrumentos legales, las personas –como individuos- no eran responsables por haber obedecido órdenes indebidas. El desarrollo de la responsabilidad legal del individuo ocurrió en el siglo XX; anteriormente, las obligaciones legales y éticas se limitaban a los Estados, las monarquías y las naciones, como entidades abstractas.


Los juicios de Núremberg

Los juicios de Núremberg tuvieron lugar desde noviembre de 1945 a octubre de 1946 según las resoluciones adoptadas por los Estados Unidos de América, la Unión Soviética y Gran Bretaña. Eran los vencedores de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, y desde un punto de vista representan la venganza de los vencedores. 

Se trata de un juicio que sentó antecedentes y cierta jurisprudencia sobre la responsabilidad legal y moral del subalterno a nivel internacional. Se determinaron las responsabilidades individuales de miembros de alto rango del régimen nacionalsocialista de Adolf Hitler con relación a crímenes y abusos contra la humanidad cometidos en nombre del Tercer Reich. Hitler ya se había suicidado. Entre los sentenciados estaban:  Martin Borman, Karl Dönitz, Hans Frank, Wilhelm Frick, Hermann Göring, Rudolf Hess, Gustav Krupp y Joachim von Ribbentrop. Los cargos incluían: Conspiración en contra de la paz mundial, Planeación, provocación y realización de una guerra ofensiva, Crímenes y atentados en contra del Derecho de Guerra, y Crímenes inhumanos (EcuRed, s/f). 

La jurisprudencia sobre los crímenes y abusos representó un avance jurídico que sería reflejado luego en las Naciones Unidas y también, a partir de 1998, en el establecimiento del Tribunal Penal Internacional Permanente. También se modificó el enfoque tradicional del derecho internacional basado en las relaciones entre Estados. En Núremberg se añadió la idea de los derechos y deberes de las personas particulares. Desde entonces, los delitos cometidos por personas como funcionarios de Estado, podrían ser juzgados internacionalmente.

Hubo críticas a estos juicios por varias razones, entre ellas: a) se juzgaban “crímenes” que no habían sido declarados como tales sino después de haberlos realizado (violando las garantías de no aplicación retroactiva de la ley), b) los jueces provenían del lado vencedor en una guerra y los juzgados eran los vencidos y c) entre los “jueces” estaba la Unión Soviética que había perpetrado crímenes similares.

Sin embargo, dada la enormidad de las atrocidades cometidas por el Nacionalsocialismo, era evidente que se necesitaba algo más que un simple tratado de paz. Los juzgados tenían el derecho a representación legal y un juicio individual frente a un juez. 

Tal vez uno de los logros más importantes era una reconsideración del deber de un soldado o un funcionario. En este trozo de entrevista hecha con Rudolph Höss (el comandante en jefe del campo de concentración de Auschwitz), se puede apreciar la conocida defensa de Núremberg: “Yo sólo seguía órdenes”. La entrevista está citada por Alejandro Gándara (9/10/2008), pero su fuente es el libro “Las entrevistas de Núremberg” de León Goldensohn. 

Le he preguntado que cuántas personas habían sido ejecutadas en Auschwitz en los cuatro años en que fue comandante del campo. 

-El número exacto es difícil determinarlo. Yo calculo que alrededor de dos millones y medio de judíos. 

-¿Sólo judíos? 

-Sí. 

-¿Mujeres y niños también? 

-Sí. 

-¿Y eso qué le parece? 

Höss se queda impávido e indiferente. Le repito la pregunta y añado si a él le parecía bien lo que sucedía en Auschwitz. 

-Yo recibía órdenes personales de Himmler. 

-¿Protestó usted alguna vez? 

-No podía hacerlo. Las razones que me daba Himmler tenía que aceptarlas.

Desde los juicios posguerra, especialmente los de Núremberg, esta defensa es inaceptable, aunque, como hemos visto, Estados particulares intentan recuperar algo de la inmunidad castrense al nivel local. 

Desde la segunda mitad del siglo XX, se supone que existe en cada individuo la capacidad de negar las órdenes que recibe de un superior.

La capacidad para decir “no”

Hemos revisado léxicos y aspectos culturales que describen facetas encontradas sobre la obediencia. Ahora exploraremos una postura existencial y cultural para confrontarla si nuestros códigos éticos así lo requieren. 

Para adentrarnos en este tema tenemos que considerar a G.H. Mead (1913/1972) y lo que dice sobre los componentes de la personalidad. Son como múltiples modelos que en cada persona “aparecen” en la consciencia en contextos apropiados; son productos de la incorporación de los roles que los niños perciben en su ambiente social. Dice Mead que el individuo humano consciente de sí, asume las actitudes sociales organizadas de su grupo social o comunidad a la que pertenece.  

Pero la persona no está completamente sujeta a las normas de la sociedad, puede desafiarlas (decir “no”) utilizando sus voces interiores e influir sobre las demás personas para producir cambios.  Según Mead, la persona se divide estructuralmente en el “yo” y en el “mi”. El “yo” reacciona a las voces interiores que surgen dentro de sí, gracias a la adopción de las actitudes de otros. 

La actuación del “yo” es espontánea y no reflexiona. No es perceptible dentro de sí mismo; esto ocurre porque el “yo” existe sólo en el presente. Esta actualidad del “yo” es el mecanismo que le permite obrar con cierta independencia del “mi”. En Mead, el “yo” reacciona a las actitudes de los demás, pero el “mi” es la serie de actitudes organizadas de los otros que adopta uno mismo.  Inclusive se puede decir que la actuación del “yo” es incierta e impredecible: 

Aunque el “mi” puede exigir una cierta clase de “yo”, en el sentido de cumplir con las expectativas sobre sí mismo que el primero ha desarrollado, el “yo” actúa con palpable independencia en el sentido de la creación de la experiencia. Es una autonomía entre las partes de la psiquis que abre espacios para el cambio, aunque luego podemos sorprendernos o inclusive asustarnos cuando reflexionamos sobre nuestros actos.  

Ha habido otras formulaciones sobre esta relación entre lo inmediato y lo reflexionado, de ellas podemos mencionar las de Schütz y Sartre.  Schütz (1932/1993) habló del flujo de la consciencia que sólo puede existir en el presente. Es sólo por medio de la reflexión posterior que el sujeto puede enjuiciar su pasado y formular nuevos proyectos. En ambos autores, el significado no está presente en el momento de la acción.  

Si la corriente de la experiencia para la persona es irreflexiva, entonces, según Schütz, existe el fenómeno de la actuación sin monitoreo. Al respecto, dice Schütz, el flujo de la experiencia inmediata está constituido por fases de las cuales el sujeto no está directamente consciente. Es que el sujeto se permite reflexionar sobre el pasado, y en este proceso percibe las etapas de su experiencia como vivencias completamente terminadas e imbuidas de significado. El recuerdo no tiene que ser una copia exacta de la primera experiencia, pero existe también la experiencia de la "evocación" que es la reproducción de una experiencia en el pasado. 

En sentido similar Sartre (1943/1989) dijo que la consciencia inmediata y presente tiene un pasado, pero ella no puede identificarse con él. Esto es así porque que ella vive en el presente: es radicalmente libre para determinar (escoger) lo que va a ser (y a hacer), y es absolutamente responsable por estas elecciones. 

La experiencia de existir es el constante aniquilamiento de lo que uno ha sido en cada instante del presente, la cual se desliza al pasado (Sartre, 1943/1989).  No podemos ni siquiera tener consciencia de los motivos que nos impulsan a actuar, porque cuando los conocemos, ya existen en el pasado. En la frase famosa de Sartre, apreciamos que: “Estoy condenado para siempre a existir allende mi esencia, allende los móviles y los motivos de mi acto: estoy condenado a ser libre” (1943/1989, p. 466).  

Es una experiencia de negación. Dice Sartre que se trata de uno de los atributos más básicos de la ontología, inclusive nuestro “para-si”, o sea, el flujo de nuestra experiencia pasada vista desde el presente; es la única clave que tenemos para identificarnos como sujetos, pero tiene poco que ver con lo que somos o lo que seremos. Es sólo en la negación del “en-si” -lo que somos en el instante perpetuo del ahora-, que se puede elaborar nuestra identidad.  En cada momento nos lanzamos a la nada, es decir, lo desconocido hasta que se incorpora en nuestra memoria como el pasado. Esta misma “nada” es el comienzo de nuestro “no” habilitante: la nada debe surgir en el mundo como un “no”, y, en efecto, dice Sartre, como un “no” capta primeramente el esclavo a su amo hegeliano.

Pero, si Schütz y Sartre afirman que no podemos controlar el próximo instante en nuestras vidas, sin embargo, ambos reconocen que el proyecto de persona que hemos elaborado nos conduce en direcciones generalmente previstas. Es decir, el proyecto existe como un patrón desde el pasado que influye en cierto grado sobre el salto hasta el futuro que experimentamos en cada instante del presente; pero es sólo un proyecto y no un mandato. Por esta razón somos impredecibles, aquel salto libre es también el gran momento de iniciar cambios.

La capacidad para decir “no” es nuestra herramienta principal contra la obediencia indebida. En ella tenemos la posibilidad de un sujeto con autonomía relativa y con la capacidad para reflexionar sobre nosotros mismos; podemos negar nuestras propias intenciones y las que el Otro tiene en relación con nosotros. Podemos distanciarnos inclusive de nuestro proyecto de vida tal como ha sido en el pasado. 

Algunos breves pensamientos adicionales sobre el fundamentalismo y la violencia

En un artículo publicado hace 27 años, Carlos Kohn (1992) reflexiona sobre la naturaleza del fundamentalismo que define como:

…toda subordinación de los hombres concretos, esto es, en tanto individuos, a un principio abstracto y radicalmente superior a ellos mismos, que legitima un orden social dado, o propuesto, en tanto que prescripción omniabarcante del “deber ser”; Behemont (‘borregos’) tutelados por un Leviatán (El Estado) para utilizar el lenguaje hobbesiano (Kohn, p. 74).

Me parece que hay que clasificar las creencias como un imaginario poderoso que orienta a sus seguidores, no sólo según pautas tradicionales provenientes de sus propias identidades culturales, sino también según propósitos de intereses ligados al manejo del poder político. Kohn dijo proféticamente, modificando la primera frase del Manifiesto Comunista de Carlos Marx, que “un fantasma aún recorre el mundo: el fantasma del fundamentalismo” (1992, p.63); desde entonces su presentimiento se ha convertido en advertencia y presagio: es siempre más frecuente que los hombres y las mujeres del Siglo XXI manejen sus angustias existenciales sometiéndose mansamente a dictados atávicos que les ha enseñado a obedecer ciegamente, y los políticos se aprovechan de su necesidad de cobijo espiritual. 

Ocurre entonces que dicho sometimiento manso se vuelve espeluznante cuando se les enseñe también la daga de Abraham que tendrán que empuñar como prueba de su fe y señal de su devoción. Incluso, se perciben a sí mismos como parte de una causa justa para lograr el bien de la patria, la supremacía racial, la ley Sharía, la Tierra Prometida, la evangelización de los nativos y otros objetivos ancestrales. Hoy en día los líderes políticos encadenan la obediencia de sus seguidores a motivaciones no tan patrimoniales como la fortuna de la compañía transnacional y el mantenimiento de los precios de petróleo, diamantes, oro y cobre. 


Reflexiones finales

Las experiencias académicas de Milgram, Zimbardo, Moscovici y Skinner nos ayudan a entender las tragedias de Agamenón y otros, y tal vez nos dan alternativas. Las propuestas de estos autores apuntan hacia los aspectos ambientales de la obediencia, es decir, aquellas presiones que nos influyen cultural o socialmente para que aceptemos la dominación de algún otro. Hemos visto como la jurisprudencia del siglo XX, tanto nacional como internacional, ha dirigido su atención a los límites legales de la obediencia visto como una obligación de los funcionarios del Estado.  Mead, Schütz y Sartre señalan los recursos internos que tenemos para resistirlos. 

Repito parte de la cita a Zimbardo (2007, Prólogo, p. 6) citado anteriormente: 

Una de las principales conclusiones del experimento de la prisión de Stanford es que el poder sutil pero penetrante de una multitud de variables situacionales puede imponerse a la voluntad de resistirse a esta influencia. 

Este poder de la multitud es paralizante. Pero hay quienes resisten. Hay mucho debate sobre dónde se encuentra la capacidad de actuar con independencia. ¿Está en el cerebro? ¿Está en el ambiente?  Experimentos neurológicos (Radder y Gerben, 2012, Libet, 1999 y otros) todavía no demuestran clara evidencia por la existencia de la autonomía consciente de los procesos decisionales. Es interesante que encontraron que el “potencial para actuar” (readiness potential), medido como un impulso eléctrico en el vértice del cráneo por un electroencefalograma, precede la consciencia que tiene el sujeto de su acto. Es difícil interpretar estos resultados filosóficamente, pero definitivamente no contradicen la idea de un “yo” impulsivo como propuesto por Mead, Schültz y Sartre. 

Mead, Schültz y Sartre mencionan la importancia de la reflexión que ocurre después del acto, la acumulación de experiencia y la elaboración de un proyecto intencional. Se trata en muchos casos de la preparación individual para enfrentar las situaciones a las que se deberían resistir. Como en el caso de la aplicación las técnicas de la modificación de la conducta, si el sujeto o el paciente conoce la disposición de las contingencias de recompensa y castigo, y sabe de dónde provienen, está en condiciones para tomar sus propias decisiones. Si Eric Fromm hubiera percatado el truco de Skinner, no hubiera caído en la ridiculez de quedarse agitando su mano en el aire –como si fuera una paloma más en un experimento conductista. Si alguien les hubiera dicho a los sujetos en los experimentos de Milgrim y Zimbardo que su capacidad para resistir la manipulación estaba siendo evaluada, podrían haber decidido cómo participar. 

Tal vez la herramienta más poderosa para resistir la obediencia irreflexiva es la preparación cultural y educativa. Mosovici nos ha dicho que el lugar de la resistencia se encuentra en el ambiente social, sobre todo en la presencia de una minoría activa que alivia la presión hacia la conformidad, y permite al individuo expresar sus ideas con más independencia. 

Después de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo después de los Juicios de Núremberg, ha habido cierta reflexión mundial sobre las prácticas represivas y el grado de responsabilidad que tienen los individuos al respecto. Es todavía un debate tímido; aparece poco en las escuelas, las universidades y los medios de comunicación. El tema se abre en los cuarteles sólo con reiteraciones en los códigos reglamentarios sobre los pretendidos límites al prejuicio legal por la obediencia debida. Este silencio discursivo en los acantonamientos, entre las policías y en las cárceles impide una discusión valida y significativa sobre el derecho y la obligación que tiene un soldado, un agente de seguridad o un preso para incumplir una orden. 

He intentado explorar ciertos tipos de obediencia que al fin pueden clasificarse en dos categorías: a) la que termina con el sometimiento y que puede conducir al vasallaje y la violencia de los fieles, y b) la que resulta de una reflexiva decisión de obedecer (o negar la orden recibida). 

Aunque Hegel y Kierkegaard eran cristianos, no he querido señalar un dogma o ideología particular. Podemos preguntar: ¿Qué hubiera pasado si Abraham hubiese preguntado a Dios por qué quería una prueba tan brutal de su devoción? ¿O si hubiera dudado de la bondad de una deidad tan sanguinaria?  Tal vez podría haber sido un renovador de los fundamentos de los credos judíos, cristianos y musulmanes.  Este no es el lugar de imaginar qué cambios hubiese introducido en estas tradiciones, pero por lo menos el devoto que haya heredado estas creencias podría haber tenido el derecho a decir que “no” frente a las exigencias de los dogmas que a veces exigen sangre. Los conflictos modernos, por ejemplo entre los irlandeses del norte y sur, y los israelitas y los palestinos no tendrían la misma justificación.  

La historia, sus leyendas y los textos tradicionales no pueden modificarse, en cambio, las leyes modernas, sí, pueden ser reconstruidas. En las disciplinas humanistas como la psicología y la sociología, y en las escuelas de leyes, hay que abrir debates sobre la historia de la obediencia en la cultura humana, consideraciones sobre cuáles son las condiciones para provocar y controlarla y finalmente evaluaciones sobre qué lugar debe ocupar hoy en día. Una parte de la autonomía individual y grupal consiste en resistir la influencia indeseada de los demás. Hay soldados que mueren en “cruzadas” modernas, e insurgentes terroristas que no cuestionan las razones para asesinar a otros, vengarse y, en el proceso, inmolarse. Por otro lado, la necesidad de poner límites en la crianza de los niños y en la convivencia de los ciudadanos forma una parte obligada de la ética y la civilidad. 

Lo que tenemos que preguntar es ¿qué tipo de coraje necesitamos hoy en día? ¿Necesitamos aquel del individuo kierkegaardiano, aislado de sus semejantes, que obedece ciegamente como hizo Abraham? Hay que prestar atención a otros modelos: Nelson Mandela dijo “no” al Apartheid y pudo negociar inclusive una relación de no-sumisión con su propio carcelero en Sudáfrica. En el cautiverio, cultivó una ética de obediencia a su propia conciencia. 

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