viernes, 19 de junio de 2009

Violencia como una conducta aprendida



ace años escribí un estudio sobre la adicción al alcohol en que encontré que una gran parte de la identidad del “borrachito de costumbre” consiste en la identificación con patrones de conductas que existen en forma pre-elaborada en el “mundo de vida” (o cultura, o imaginario social). Uso esto para entrar en el tema de la violencia.

Todo el mundo sabe como etiquetar las diferentes formas de ebriedad que ven entre quienes andan intoxicados por las calles. Reconocemos inmediatamente el vagabundo adicto, el alegre borrachín, el habitué de la bodega de la esquina, la persona que ha “pasado de tragos” en una fiesta y las demás categorías de la cotidianidad. Y lo podemos hacer porque son maneras establecidas para relacionarse con las bebidas alcohólicas: yo decía que son “opciones” existenciales que las personas pueden asumir para manejar sus angustias y relacionarse con los demás. Por esta misma razón, cuando el bebedor decide dejar de intoxicarse, lo puede hacer asumiendo otro modelo, como por ejemplo, “alcohólico en recuperación” como está definido por Alcohólicos Anónimos.

Esto ha sido una introducción para hablar de la violencia social.

Podemos comenzar con la policía porque se trata de un empleo estereotipado e institucionalizado de la fuerza.

Es notable como el patrón de represión policial sigue idéntico a pesar de los cambios de regimenes políticos. En otro blog publiqué fotos de una manifestación reciente a favor del presupuesto de la Universidad Central de Venezuela. Por todo el camino el helicóptero y los efectivos de la policía quedaron como una presencia y una evocación de su capacidad de reprimir nuestra marcha. He participado en eventos similares de vez en cuando por décadas, sobre todo con relación a protestas universitarias, y lo que más llama la atención es aquella presencia, siempre evidente, de amenaza potencial. He aspirado gases lacrimógenos bajo una sucesión de gobiernos con diferentes posturas ideológicos: la reacción policial es invariablemente igual en todos los países, en todos los tiempos.

Es igual en la calle, hay ciertas categorías de ciudadanos que suscitan reacciones violentas por parte de las fuerzas de orden: en Venezuela –y muchos otros lugares- estos blancos estereotipados tienden a ser hombres negros y jóvenes de menores ingresos; es peor si ya tienen cicatrices en la cara.

Esta violencia es casi ritual. Obedece a una manera de ser entre ciertos miembros de los cuerpos uniformados.

Entre los demás también hay reglas y expectativas con respecto al uso de la agresión. Hay palabras para señalar estas conductas: venganza, defensa propia, machismo, la ira entre chóferes (road-rage en inglés), la acción colectiva de turbas, el merodear de bandas de delincuentes y así sucesivamente. Podemos reconocer y tipificar estas maneras de “ser violento”. Y quienes participan en dichas actuaciones saben exactamente como desempeñar sus roles: se trata de una mise en scène, una obra en donde los actores conocen su papeles.

Inclusive, hay expectativas que las personas tienen que cumplir cuando se encuentran en ciertas situaciones, de acuerdo con las opciones que hayan elegido en el mundo de vida. Por ejemplo, no vengar una afronta puede ser considerado un acto de cobardía en ciertos círculos, como también puede pasar si un muchacho niega participar en un asesinato planificado por miembros de su banda juvenil; tal negación podría incurrir un severo castigo.

En una excelente tesis de maestría defendida recientemente en la Universidad Central de Venezuela por Alex González Osuna (ver referencia abajo) el autor identificó códigos casi formales de conducta entre presos en una cárcel venezolana. Los reclusos tienen expectativas detalladas sobre el empleo de la violencia de acuerdo a la categoría de los individuos. Describe, por ejemplo, la actuación de los “pranes”:

Son los que fungen como caciques que llevan el manejo de todos los elementos que las autoridades consideran como ilícitos, y establecen el control y administración de todos los recursos materiales que sirven para dominar a los demás, así como para garantizar el cumplimiento de las normas aceptadas para la convivencia en los sitios donde se despliega la violencia. De la misma forma son como una variedad de tribunal que juzga quién realizó actos proscritos para excluirlo del grupo y establecer la sanción correspondiente, la cual va desde “echarlos” (casi siempre heridos de bala o por arma blanca), hasta causarles la muerte (en ocasiones por desmembramiento, o literalmente “picados”), dependiendo de la falta que comentan en el interior del grupo violento. Entre estos existe una diferencia en función del poder de decidir o acceder a determinada información, como por ejemplo al sitio donde se guardan las armas y otros recursos ilegales. Estos rangos son: “pran primero” o “primer pran” y “segundos pranes”; “luz alta” “luz baja”, remiten a la misma forma de estratificación en las líneas de mando y decisiones (p. 94).

Y luego otra categoría, la de los “pastores” quienes, a pesar de haber vivido como delincuentes en el pasado, se han acogido a las creencias de las iglesias evangelistas del protestantismo, y por esta razón gozan de cierta autoridad y privilegio frente a los demás reclusos y las autoridades penitenciarias:

Los “pastores” y sus “diáconos” colocan la creencia en un “ser supremo” por encima de todo. Son los que reciben a los internos que ingresan detenidos directamente de la calle por un cuerpo policial, así como a los que vienen de traslado de otros establecimientos. Ya una vez establecido en la “iglesia” [recinto físico en la cárcel] el recién llegado elige su destino dentro del establecimiento; así bien puede decidir si se incorpora al grupo de creyentes y se “sujeta” a las normas que regulan la convivencia en la “iglesia”, o si desea abandonar la misma, entrar en “el mundo” y se acoge a las reglas de “la rutina” [es decir, las normas que regulan la violencia]….. (p. 126).

Si las formas de violencia son papeles que existen dentro del teatro del mundo de vida, su elección sólo es parcialmente libre. Es decir, hay muchas fuerzas que nos influyen cuando los escogimos, y si no fuera así, no sería tan típico “ser” un preso o un policía.

Hay fuertes determinantes socio-ambientales y creo que los psicólogos sociales, los antropólogos y los sociólogos deberíamos estar estudiando como funcionan. Es urgente hacerlo.


Referencias

Alex González Osuna (2009). Códigos y modos de relación en la prisión venezolana: Caso “Yare II” tesis de Magíster Scientiarum en Psicología Social, defendida en el Postgrado de la Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela.

Letras ornatas: http://retrokat.com/medieval/leil.htm

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