lunes, 17 de agosto de 2020

La Ilíada: una compleja cultura de guerra

 

La Ilíada: una compleja cultura de guerra

Karen Cronick

Instituto de Psicología, Universidad Central de Venezuela


 

 

Resumen

 

Estas reflexiones tratan de una relectura de la Ilíada de Homero, se examinan en esta obra la naturaleza del liderazgo, el valor del heroísmo y la intención del poeta de participar en la creación de una nueva identidad cultural, la de los helénicos o “aqueos”. Homero cantó sus poemas 400 años después del conflicto en Troya; en este tiempo los reinos griegos comenzaban a ver las similitudes lingüísticas y comunalidades de origen entre ellos, y se estaba formando una frágil noción de cultura compartida. En la poesía homérica se pueden hallar, además de una llamada cultural, aspectos profundamente anti-bélicos y humanitarios. Se reflexiona sobre ciertos elementos poéticos que pueden apreciarse como el inicio de los valores del hombre universal.

 

Abstract

 

These reflections are the product of a new approach to Homer’s Iliad in which the nature of leadership, the value of heroism, and the poet’s participation in the creation of the new Hellenic culture, that is, of the “Aqueous” or “Achaeans”, is examined. Homer recited his poems 400 years after the Trojan war; by this time the Greek feudal kingdoms had begun to see their linguistic similarities and the communality of their origins, and were beginning to forma a shared, if shaky, union. In Homer’s poetry one can find profoundly anti-war and humanitarian aspects, that go beyond their cultural awareness. We consider certain poetic elements in which a new universal humanity can be appreciated.

 

 

Introducción

La historia es un proceso que, aunque no implica necesariamente progresar hacia vías más humanitarias de convivencia, deja tras de sí suficientes rastros que las generaciones de cualquier época pueden usar para construir nuevas soluciones sociales. Los griegos antiguos crearon y recrearon un ambiente de reflexión sobre temas como la justicia, el gobierno y lo que debe ofrecer un líder. Podemos ver los inicios de este pensamiento en la Ilíada, poema épico que narra parte de una espantosa guerra histórica ocurrida en el Siglo XII a. C., que relata cómo los helenos asediaron la ciudad de Troya con el fin declarado de rescatar a Helena, la reina de Esparta, cuyo secuestro fue, para sus participantes, la razón obvia del conflicto.

Más profundamente, se trata de una inquietud sobre la naturaleza del liderazgo, el valor del heroísmo y soterradamente, sobre la creación de una nueva identidad cultural.

Con los criterios de hoy, que promueven la eliminación de elementos culturales que recuerden cualquier pasado de injusticia, rechazando documentos, películas y monumentos que así lo hacen, la historia va quedando vacía. Con mi apreciación actual de Homero, encuentro que en la Ilíada se hallan aspectos profundamente anti-bélicos y humanitarios; se evidencia una vez más que se deben preservar y analizar los rastros que deja la marcha del tiempo humano.

Homero cantó esta historia de la Ilíada 400 años después de la batalla que describe.  No tenemos conocimiento de documentos escritos sobre este conflicto de la edad de bronce, sólo la memoria colectiva y generacional de los rapsodas, que quedó plasmada seiscientos años más tarde en historias, poesías transcritas y obras de teatro. Los poemas orales transmitieron estas tradiciones mezclando leyendas y mitos, supuestamente sin añadir mucho de su propia autoría. Los cantores se basaban en lo que oían de otros trovadores, implicando la propagación continua de los mismos relatos por diez generaciones, considerando la posibilidad de un promedio de vida de 40 años en ese entonces.  

El poeta Homero existió como un individuo con su propia historia; era un conocido cantor que aprendió los trozos dispersos de las narraciones poéticas por estas mismas vías de filiación cultural. Aunque no haya pruebas suficientes para suponer que él sea el autor de todo que se le atribuye, se puede percibir en sus dos obras principales, la Ilíada y la Odisea, la mano de un poeta virtuoso. Los poemas que nos han llegado en su nombre fueron copiados, posiblemente a manos de Solón en el Siglo VI, dos siglos después de su muerte, a pesar de que los griegos ya habían inventado un abecedario fonético en el Siglo X, doscientos años antes de la vida de Homero.

Es decir, entre las batallas de Troya y el momento de transcribir los poemas de Homero, pasaron seiscientos años. Los aedos tenían que haber tenido memorias fenomenales. Claro, era un don apreciado y cultivado en aquellos días, pero recordar, y repetir los nombres, los parentescos y los detalles de cada actor y evento es una hazaña histórica impresionante. Fue un recuerdo colectivo, transmitido de cantor en cantor, de generación en generación y de evocación en evocación.

La Ilíada es más que un collage disperso de cantos reunidos. En ella uno encuentra el sentido de una obra pensada y construida, con temas y subtemas en los que las personalidades de los protagonistas están muy bien desarrolladas. A pesar de que el poema tenga el evidente propósito de enaltecer el heroísmo de los combatientes, y crear las bases para una consciencia helénica, o de los “aqueos”, hay un tema escondido, casi subversivo: el horror frente a tanta violencia. La descripción de las batallas es pavorosa. Homero glorifica la reciedumbre y el heroísmo de todos los guerreros participantes, tanto griegos como troyanos, y lamenta por igual a todos los muertos.

Uno de las protagonistas más importantes y atrayentes es Héctor, un príncipe troyano enemigo de los griegos; es retratado como un gestor de paz y un amante hijo, padre y esposo; honrado al mismo tiempo como el mejor batallador de su reino. La imparcialidad del poeta no es causal, porque no canta un himno tendencioso de buenos y malos, más bien celebra a la humanidad. Esto es notable para una obra que siglos más tarde pretendería el estatus de un texto fundacional para la identidad helénica.

Es necesario rescatar estas contradicciones antiguas, y apreciar cómo la compasión pueda convivir con el fervor de lealtad al reino. En estas reflexiones he seleccionado unos momentos claves de la Ilíada, particularmente aquellos en que el poeta delibera sobre el significado de una guerra tan violenta, y el papel de los héroes que participan en ella. Analizo la contradicción entre el afán de heroísmo y el anhelo de paz. Los dioses también intervenían, y su actuación revela la estructura de los valores y esperanzas de los mortales.  Básicamente, en este trabajo razono sobre la capacidad para la sensibilidad humana que tiene el guerrero en Homero. También analizo el papel del poema en la creación de la identidad griega e intento crear un acercamiento interpretativo entre la estética y la interpretación histórica.

Propongo crear una nueva mirada sobre estos tiempos. En seiscientos años los griegos pasaron de propiciar una guerra cruel de exterminio, a crear la primera democracia del mundo. Quiero examinar estos orígenes y ver los atisbos de reflexiones antiguas sobre las ideas de: el sentido de liderazgo, el valor de la vida humana, la defensa del hogar, la participación en un proyecto colectivo, la relación de los griegos con sus deidades, y la creación de un valor helénico que rebasa cada reino “griego” por separado.  Para ello he organizado estos temas bajo géneros más amplios:

a) Las personalidades de los protagonistas en Algunos personajes

b) La contradicción entre el afán del heroísmo y la voluntad de paz en La guerra y el anhelo de paz

c)  El sentimiento de sumisión de los héroes a la voluntad arbitraria de sus deidades en “El papel de los dioses

d) La sensibilidad del ser humano en el contexto de la hostilidad en La humanidad de los guerreros”.

e) La Ilíada como obra fundamental de la cultura griega en “Los orígenes de quienes se consideraban “griegos

He usado la traducción al inglés de Alexander Pope (1899), pero cuando la he citado, he traducido las citas al español. El original de cada cita aparece en inglés en notas numeradas al final del ensayo completo. No he reproducido ni la métrica ni las rimas del original; mis citas en español no aparecen en forma poética como hizo Pope.  En algunos casos he buscado referencias externas para clarificar algunos puntos.

 

Algunos personajes

En la Ilíada, los personajes principales han sido muy bien desarrollados; sus temperamentos emergen en la descripción de sus conversaciones, en la actuación en el campo de batalla y en la calidad de relaciones que mantienen con los demás. Brevemente describo algunos de los más destacados: Agamenón, Menelao, Aquiles y Héctor. Junto a ellos hago breves referencias a otros personajes que los acompañan como París, Príamo, Helena y Patroclo.

Agamenón y Menelao

En la Ilíada de Homero, Agamenón, el rey de Micenas; es el comandante máximo de un ejército compuesto por reyes de feudos dispersos de lo que ahora llamamos “Grecia”. Hay suficiente en la Ilíada para calificar la personalidad mezquina de Agamenón, quien ha sido el tema de numerosas obras, como las de Esquilo (458 a.C/sf) y Ovidio (2 dC /1998). En el siglo V a. C, Esquilo escribió sobre el mismo personaje descrito en la Ilíada, en su obra teatral “Agamenón”; cuenta cómo este personaje sacrificó a su propia hija para lograr el apoyo de la diosa Artemisa, antes de zarpar con sus huestes a Troya. Homero no pudo conocer esta obra, pero seguramente debe haber tenido acceso a los mismos cantos que Esquilo escuchó.

En la Ilíada, por momentos Agamenón es un soldado arriesgado y prepotente, aunque en algunas situaciones huye de la guerra.  Suele ser orgulloso, ambicioso y despiadado, impetuoso, descomedido, avaro y ansioso de adquirir y mantener el poder. Pero frente a un desafío que no controla, se convierte en alguien que ruega la ayuda de los demás.

Los reyes feudales, integrantes del ejército de Agamenón, no se habían reunido para participar en ningún proyecto colectivo antes del llamado a la Guerra de Troya. El motivo aparente de la acción bélica es rescatar a Helena, su cuñada y la esposa de Menelao, que París, un príncipe troyano, ha secuestrado (aunque sin la resistencia de la dama). Ahora París vive con Helena bajo la protección de su padre, el rey, Príamo en Troya.

Con respecto a Agamenón, podemos suponer que no sólo peleaba para rescatar a Helena; tenía el ojo puesto en una regencia mayor de poder que se basaría en su propia dirección de las huestes griegas. Más que rescatar a Helena, los griegos se unen en respaldo a designios hegemónicos, o por lo menos culturales.

En el comienzo de la Ilíada Agamenón pone toda la guerra en peligro cuando confisca para él la esclava y amante de su mejor guerrero, Aquiles, motivando a éste a retirar su apoyo de la causa griega. Después, cuando pareciera que los griegos iban a perder la guerra, implora la ayuda del todavía resentido Aquiles. En el Noveno Libro intenta sobornarlo para que vuelva a pelear a favor de los griegos, ofreciendo incluso adoptarlo como hijo.

Menelao, su hermano, y rey de Esparta, es el esposo de Helena. Está descrito como un guerrero valiente, aunque no es uno de los grandes héroes. Ha solicitado ayuda a Agamenón para recuperar a su esposa, pero no pretende guiar el ejército hacia Troya, más bien prefiere quedar bajo la protección fraterna.

El lector tiende a compararlo con París quien es un atractivo seductor que ha ilusionado a Helena. En el comienzo de la Ilíada, Menelao pelea en la guerra mientras París huye a sus aposentos para quedarse cómodamente con Helena, pero al final, después de las reprimendas de su hermano Héctor, París también sale a defender a Troya.

Aquiles y Héctor

El argumento global de la obra da más importancia a Aquiles. Desde el inicio, los lectores -u oyentes- están esperando que este príncipe griego salga de su rabieta con Agamenón, por haberse apoderado de la esclava Briseida, y comience por fin a defender a los griegos. De hecho, el poeta nos da a entender que los miles de fallecidos que yacen en las arenas de Troya, incluyendo a todos los combatientes anónimos, murieron por la negligencia de Aquiles; si hubiera salido de su tienda antes, para pelear y apoyar a los griegos, la guerra por supuesto hubiera terminado antes.

En la Ilíada, Homero no hace referencia a la leyenda sobre su invulnerabilidad divina frente a las armas de sus enemigos, pero describe la enorme capacidad que tiene como guerrero, y sugiere que hubiera dado la victoria a los griegos sin tanto sufrimiento. Al final sólo salió para vengar la muerte de su amigo Patroclo, después que Héctor, un príncipe troyano, lo mató. Es sugestivo como Aquiles se motiva por sus pasiones personales más que por la lealtad al grupo. Homero dejó claro que este personaje tenía sus dudas sobre la prolongada conflagración, cuyo propósito consideraba “privado” y no helénico, pero quiso participar, y viajó sin coerción desde su pueblo natal Ptía hasta Troya, como también nos dice el poema, de manera “voluntaria”.

El cantor nos hace sospechar que Aquiles vino en búsqueda de gloria guerrera, y no para un propósito común, ni para rescatar a Helena, ni para participar en un proyecto helénico. Este príncipe vino de lejos, del norte de la península griega, y tal vez no comparta este anhelo de unidad cultural. Es un guerrero enigmático; en su querella con Agamenón dijo:

“¿Por qué tengo yo que pelear bajo sus órdenes? Los Troyanos distantes nunca me han molestado… Navegamos hasta aquí, un grupo voluntario, Para vengar un mal que es privado, no público”….. (p. 13, Nota 1)

Y, sin embargo, cuando Héctor mata al amigo de su infancia, Patroclo, sale trastornado de dolor a vengarlo.

El príncipe troyano Héctor es un hombre más amplio, casi –uno podría decir- más actual. Es un soldado formidable, pero detesta la guerra y desprecia a su hermano París por haberla traído a Troya. Es un hijo respetuoso y un esposo y padre tierno. Es un estadista en el sentido antiguo de los reinados déspotas, e intenta varias veces negociar las diferencias, o llegar a acuerdos que no implican tanto derramamiento de sangre. Pero cuando pelea, Homero lo describe como un “dios”, un hombre capaz de hacer el trabajo marcial de ejércitos enteros.

 Allí en la carroza resplandeciente brilló el gran Héctor, como si fuera Marte, encargado de confundir a la humanidad. Antes de él su gigantesco y flamante escudo, como el ancho sol, iluminó a todo el campo de batalla; su casco en vaivén emite un rayo líquido; sus filosos ojos pasan por toda la contienda” (p. 411, Nota 2).

 

Es el único de los héroes que pelea principalmente para defender su familia y su ciudad, y lo declara varias veces. A un día de su muerte aviva a sus compatriotas a seguir luchando en nombre de la familia y los ancestros:

Piensa en sus esperanzas, sus fortunas, todo el cuidado De sus esposas, sus hijos, sus padres: Piensa, cada uno, en la cabeza sagrada de su padre; Piensa en cada ancestro que ha muerto con gloria; Ausentes, hablan por mí, por mí piden, Piden de ustedes su seguridad su fama: Los dioses dependen de esta única acción, Todos están perdidos si ustedes abandonan el día” (p. 462, Nota 3).

Al final, con Héctor muerto, los griegos se enganchen en un perverso apetito de pillaje, destrucción y depredación contra Troya.

La guerra y el anhelo de paz

Desde el cuarto libro la Ilíada es casi un poema anti-bélico. No hay cómo leerlo sin comenzar a sentirse agobiado y abatido debido a tanta muerte porque Homero crea imágenes terribles de adversarios bañados en sangre, como éste en el último día de batalla cuando los troyanos llegan finalmente a los barcos griegos:

“Por esto en armas se levantaron las naciones en guerra, Y bañaban sus generosos pechos con sangre mutua. No hay espacio para equilibrar la lanza o doblar el arco; Pero mano a mano, y de hombre a hombre, crecen en número: Heridos, ellos hieren; y buscan el corazón del otro Con falquiones, hachas, espadas y dardos acortados. Suenan los falquiones, suenan los escudos, suenan las hachas, Las espadas brillan en el aire o brillan en el suelo; Con la sangre que fluye, las orillas resbaladizas se tiñen, Y los héroes masacrados aumentan la terrible marea…. (p. 470, Nota 4).

 

El bardo canta a algo más grande que la gloria, también denuncia el salvajismo de la batalla. Son hombres que tienen que perder cualquier vestigio de consciencia de que el enemigo también tiene humanidad. Para sus oyentes Homero despierta algo entre horror y piedad. Se trata de un registro interminable de encuentros mortíferos entre los héroes griegos y troyanos, descritos en doloroso detalle. El poeta nombra a cada jefe fallecido -en muchos casos señala también los padres, esposas e hijos que quedarán para llorar sus muertos-. Es frecuente que describa las heridas con gran lujo de detalles anatómicas, de manera que el lector -u oyente- pueda sentir compasión por los héroes perdidos:

"[Diomedes/Tideida] habló, y al levantarse arrojó su fuerte dardo, Lo cual, impulsado por [la diosa Atenea] Pallas, atravesó una parte vital; Completo en la cara [de Anchises] ingresó, y entre La nariz y el globo ocular …; Chocó todas sus mandíbulas y le abrió la lengua…. Se cae, su casco golpea el suelo: La tierra gime debajo de él y sus brazos resuenan;” (p. 150 – Nota 5).

En este caso Tideida no muere:  para suerte de él, era el hijo mortal de la diosa Venus, y ella interviene, salvando a su hijo, aunque ella misma quedara lastimada en la mano. Regresaremos luego al papel de los dioses en esta contienda, pero en este trozo ya vemos que las diosas Atenea/Pallas y Venus eran “enemigas” y participantes activas en el encuentro entre los humanos Diomedes/Tideida y Anchases.

Los guerreros más heroicos son los que obtienen más víctimas. Rossman (5/10/2017, p. 44) hizo un análisis de redes sociales sobre estas masacres; encontró que, si medimos la heroicidad de los personajes por el número de bajas producidas por los combatientes principales, tenemos la jerarquía en la Tabla I.

 

Sin embargo, Homero lamenta a todos los muertos. Canta a la pérdida de su juventud, deplora que no verán más a sus familias, y a la pérdida que sentirán sus familiares que los aman: “¡Lamentada juventud! en la primera floración de la vida cayó…. “ (p. 525, Nota 6)

 

 

 

Tabla I

Muertos atribuidos a cada héroe

 

Nombre del Héroe

Número de muertos que causó

Patroclo

54

Diomedes

33

Héctor

29

Aquiles

24

Odiseas

18

Ajax el Mayor

16

Teucer

16

Agamenón

12

 

 

El guerrero y el dolor

 

La guerra se llena de rituales y opulentas pompas de batalla. Los caballos son hermosos y bien cuidados (comen “ambrosía”), y la armadura de los héroes brilla en el sol. La que el dios Vulcano hizo para Aquiles, para reemplazar a aquella que Héctor despojó del cuerpo de Patroclo, fue descrita sublimemente en múltiples versos por el bardo en el decimoctavo libro. Los demás guerreros también llevan armaduras y relucientes carros de lid. Toda esta parafernalia da un resplandor al combate que oculta las tripas y sangre que cubren el campo de batalla.

 

Fijados sobre un punto ellos pelean, y heridos, hieren, Un torrente de sangre impregna la tierra fétida: Sobre los apilados restos de los griegos, desangraban los troyanos, Y aumentándose alrededor, suben los cerros de los muertos” (p. 528, Nota 7).

 

El lector moderno rechaza tanta agonía. El poeta también lamenta las matanzas, aunque enaltezca y honre la braveza y el valor de los combatientes. Celebra los héroes de los dos lados y deplora tanta pérdida. Estas tres citas dan testimonio de sus sentimientos; el primero y el tercero son lamentaciones de en la voz de Homero como relator poético. El segundo aparece en la voz de Néstor, el viejo y sabio consejero de los griegos cuando pareciera que ellos están perdiendo la guerra:

 

La guerra sigue, los adversarios sangran otra vez Como lobos lanzasen sobre sus víctimas El hombre muere debido al hombre, y todo es sangre y rabia.” (p. 131, Nota 8).

 

Maldito es el hombre, Y carente de ley y derecho, inmerecido de propiedad y luz, Aquel desgraciado, aquel monstruo que se deleita en la guerra” (p. 264, Nota 9).

 

Y así peleó cada ejército, encendido con la sed de gloria Y multitudes y multitudes murieron en triunfo” (p. 134, Nota 10).

 

Esta última cita habla por todo el poema: “murieron en triunfo”.  Allí están todas las grandes contradicciones de la epopeya. Los miembros de cada ejército pelean para conseguir “gloria”, y aunque mueran, saben que un héroe que muestra gran destreza, impulso, reciedumbre, dinamismo, y coraje entrará en las leyendas para siempre. Con contadas excepciones no pelean por odio, en realidad, los héroes más potentes de ambos lados se reconocen como iguales (excepto Aquiles), y existe entre ellos una especie de respeto mutuo, una cofradía de hombres superiores. Cuando Áyax y Héctor combaten entre ellos dos, en un esfuerzo fallido para decidir cuál lado terminaría ganando toda la guerra, luchan terriblemente por un tiempo hasta que los “ministros”, o referees llaman a un descanso (realmente una conclusión de la lucha) porque se acerca la noche. Hasta el momento de esta solución, cada uno de los dos ha estado intentando matar al otro, pero ahora, con la más grande cortesía, el troyano Héctor le dice a Ayax:

 

O, más grande de los griegos….Quien el cielo engalana, el que es el coloso de su pueblo, con fuerza de cuerpo, y con valor de discernimiento, Ahora la ley marcial nos exige interrumpir, Más tarde nos encontraremos en guerra gloriosa, En un día futuro continuaremos con la acometimiento” (p. 222, Nota 11).

 

Inclusive intercambian regalos. Es el lenguaje de cortesía, de la diplomacia de la guerra, pero además es la apreciación de la correspondencia de roles paralelos, de las reglas de caballeros encontrados en un rito cultural que todos conocen y aceptan.

 

La lógica última para un militar es la protección de su propio reino y sus gentes. Héctor, expresando lo que considera las razones para participar en la guerra, y en medio del asalto final a los barcos griegos, grita:

 

El hombre valiente, aunque pierda su vida, Puede con esto salvaguardar a su nación y dejar libres a sus hijos” (p. 461, Nota 12).

 

No hay cómo negar la saña que también influye, sobre todo cuando al final pareciera que los griegos van perdiendo. Peneleo el griego, tras matar a Ilioneo, se jacta del dolor que acaba de causar a quienes lo amaban:

 

Troyanos, ¡Miren a su gran Ilioneo! Corran a su padre a decírselo: que sus altos techos resuenan con el dolor descomunal, Que las noticias dolorosas lleguen al oído de su madre, Tal como en la casa triste de[del griego] Promancius conocerán cuando, victoriosos, regresemos a Grecia….” (p. 438, Nota 13).

 

Todos los guerreros tienen padres, madres, esposas, hijos y hermanos; son amados y quieren a sus familias. A Homero le duelan las pérdidas de ambos lados, pero expresa las pasiones naturalmente desbordadas en la batalla en boca de sus combatientes, sobre todo en los momentos más dramáticos de las contiendas. Es la contradicción del mundo castrense: desear la vida, querer regresar al hogar donde está la familia de cada uno, y al mismo tiempo desafiar -aun provocar- a la muerte. Después de ver a sus compañeros abatidos, el combatiente puede olvidarse de los protocolos y regocijarse al ultimar a un enemigo.

 

La amistad

 

Con frecuencia los soldados vienen en pares de amigos o familiares. La amistad entre Aquiles y Patroclo es legendaria, y la muerte de éste es lo que provoca a Aquiles a salir a vengarlo, así dando la victoria final a los griegos. Entre los más célebres amigos están Ayax el Grande y Ayax el Menor; Meríones e Idomeneo; Sarpedón y Glauco (primos), y curiosamente Diomedes y Glauco. En este último caso el primero es griego, y el otro es de Licia y pelea al lado de los troyanos. En el sexto libro los dos se dan cuenta que sus ancestros eran amigos y por esto intercambian escudos y juran no lastimarse en el campo de batalla.

 

Son afectividades que constituyen importantes contrastes con las exigencias nefastas de la batalla porque son expresiones de amor y quebranto, pero el calor de la batalla normalmente conduce a la sed de venganza.   Aquí Héctor ve muerto a su hermano Polidoro.

 

Cuando Héctor vio, horriblemente ensangrentado, el tristemente abatido Polidoro, Una nube de congoja  apagó su mirada. Su alma ya no toleró pelear desde una distancia prudente y corrió hacia Aquiles, frente a frente, y sacudió su jabalina como si fuera un fuego sinuoso” (p. 610, Nota 14).

 

 

El despilfarro final

 

Una y otra vez los Troyanos ofrecen un tratado de paz; proponen devolver las riquezas que París robó a Menelao, algo más de tributo, y la posibilidad de enterrar a los muertos. Los griegos aceptan el descanso para los funerales, pero rechazan la oferta de paz. Grita Tideida:

 

O, no acepta la oferta de riquezas, amigos, ni si devuelvan la dama espartana, ustedes serán defraudados de su fama. Por medio de la conquista agarraremos estas cosas, Troya ya se desmorona, El destino sacude sus murallas” (p. 226, Nota 15).

 

Es el comienzo del ocaso. Los griegos ya no pelean por su honor, ni siquiera por la dignidad de Menelao. Ahora pelean por la posibilidad de saqueos.

 

 

La muerte de Héctor

 

Las muertes de Héctor y de Aquiles están predestinadas. Muchos griegos han intentado acabar con Héctor, pero el poeta (y el dios Jove) sabe que éste morirá solamente a manos del ídolo infame, el superhombre Aquiles; y para que esto ocurra, Aquiles debe salir de su rabieta con Agamenón. Nadie más puede triunfar sobre Héctor; entre muchos otros, Teucer lo intentó, y lo hubiera logrado si no hubiera sido por la intervención divina. Héctor está protegido hasta que haya eliminado a Patroclo y confrontado a Aquiles:

 

Una vez más el intrépido Teucer, en el nombre de su país, Apuntó una flecha hacia el pecho de Héctor: … Pero Héctor no estaba designado a morir todavía: El todo-sabio mediador (Jove imperial) demora su fin; No iba a tener Teucer tal gloria. Jaló hacia atrás el cerdo, Pero fue abatido por un brazo invisible y se rompió en dos; hacia abajo cayó el arco, y su chapitel dorado se desplomó inocente, sobre el polvo y quedó inerte. El arquero sorprendido, grita: “Un dios impide nuestro empeño: un dios que favorece al enemigo troyano” (p. 459 Nota 16).

 

Ni Teucer ni nadie lo puede lograr, por lo menos por un día más: “Y Jove demoró la muerte que iba a tener que pagar, Y dio lo que el destino permite: ¡los honores de un día más!” (p. 465, Nota 17).

 

Finamente Patroclo, vestido con la armadura prestada de su amigo Aquiles, sale al encuentro de Héctor; el príncipe troyano lo aniquila, pero en su agonía final Patroclo le dijo lo que todos sabemos:

 

... suena tu muerte; hombre necio, Serás pronto como yo; El destino negro te arropa, y tu hora se acerca; Incluso ahora, en el último límite de mi vida, al verte en pie, Te veo caer, y por la mano de Aquiles " (p. 510, Nota 18).

 

Héctor tiene miedo, pero también es muy osado. Se viste con la misma armadura de Aquiles, la cual había confiscado del cuerpo muerto de Patroclo, y proclama: “Héctor brillará en la armadura del orgulloso Aquiles, Apropiada del cuerpo de su amigo, por derecho mío de conquista” (p. 520, Nota 19).

 

Es sumamente difícil llevar las noticias a Aquiles, de ambos lados se disputan el cuerpo de Patroclo. Los griegos se enfurecen porque Héctor ya se adueñó de la armadura de Aquiles. Al saber de la muerte de su amigo, Aquiles se tira al piso, se revuelca en las cenizas de la fogata, y todas mujeres cercanas se aproximan preocupadas. En estas batallas los guerreros carecen de la generosidad espiritual que les permitiría contemplar las muertes como sacrificios trágicos. Sólo el poeta es capaz de esto. Los soldados no pueden exigir que la larga y ensangrentada guerra termine por el bien de todos. Aquiles grita: “¡Patroclo muerto!

 

“Aquiles odia vivir. Déjame vengar este muerto sobre el corazón del presuntuoso Héctor, Que su último espíritu calcinarse sobre mi dardo; Sólo en estas condiciones podré respirar: pero hasta entonces Tendré vergüenza al caminar entre los hombres” (p. 549, Nota 20).

 

Aquiles, cuando se recupera, pacta con Agamenón su regreso a la pelea, recibe por medio de su madre divina una nueva armadura hecha por el dios Vulcano especialmente para él, y sale a batallar con Héctor, a sabiendas que su propia vida está también condenada. Grita:

 

Conozco mi destino, a morir y nunca más ver Mis amados padres y las orillas de mi tierra nativa – Suficiente – cuando el cielo ordena, me hundo en la noche” (p. 591, Nota 21).

 

Aun siendo un héroe condenado por el destino -como todos los demás-, Aquiles no suscita ni la admiración ni la compasión del lector moderno. No es una figura atrayente. Si antes fue rencoroso, ahora es bestial. No hay remordimientos para esta criatura de violencia y destrucción. Después de un fracasado primer intento de matar a Héctor, extermina sin miramientos a cualquier troyano que tiene a su alcance, algunos de estos, muy jóvenes, piden misericordia.  

 

Por doquier, ruge el torrente: Así arrolla el héroe las playas arruinadas; Todo alrededor suyo se derrama en destrucción Y la tierra se empapa con lluvias de sangre…. [Luego] Por encima de la escena Aquiles se levanta, Todo sombrío de polvo, todo horrible en vísceras y crúor; sin embargo aún está insaciable, todavía arde su rabia; Así es la incesante lujuria de fama” (p. 613, Nota 22).

 

Los troyanos espantados se retiran tras sus muros, todos menos Héctor. Príamo, su padre, implora que regrese a la ciudad, pero Héctor se mantiene firme a la espera para confrontar a Aquiles. Príamo ruega a Héctor:

 

Ten compasión para mí, O mi hijo, ¡ten reverencia para las palabras de la vejez y oye los ruegos de un padre! Si alguna vez te estreché en mis brazos, O calmé tus llantos en mi pecho; Ah, no ignores nuestros años desamparados, pero resistas el enemigo desde dentro de nuestros muros, Si procedes solo contra su rabia, Desangrarás (pero ¡que el cielo lo evite!)“ (p. 645, Nota 23).

 

Héctor reconsidera sus alternativas. Puede entrar y salvarse o puede quedarse a pelear. Si se queda fuera de los muros tiene estas dos posibles desenlaces: sobrevivir la confrontación con Aquiles y salvar su ciudad, o sacrificarse por la misma causa. “Siento que este desacierto [de huir] resultará en la masacre de mi gente. Pienso que oigo la voz de mi patria que sufre” (p. 647, Nota 24).  Héctor no carece de sueños de gloria pero, antes que nada, primero es el guardián de su ciudad y su pueblo. También piensa en la posibilidad de negociar un pacto con Aquiles, pero Héctor no confía en él.  Ya en el último momento Héctor ve que su enemigo está a punto de atacarlo, y termina huyendo, lo hace corriendo tres veces alrededor de la ciudad, hasta que de súbito los dos se confrontan. Héctor, habiendo perdido su lanza y viéndose acabado, dice: “La muerte y el negro destino se acercan! Soy yo que debe sangrar” (p. 654, Nota 25). Héctor muere, pero Aquiles no acata las mínimas normas de la guerra: tras su carro de guerra arrastra el cadáver por todos los campos de Troya frente a los ojos de la familia y los demás troyanos. Luego deja el cuerpo del príncipe tirado sobre la tierra, sin sepultura, y regresa al campo de los griegos para organizar enormes rituales funerales en honor de su amigo Patroclo.

 

Su dolor es grande, a solas llora a Patroclo. Cae agotado sobre la playa y sueña con él. En su sueño Patroclo repite la profecía advirtiendo que Aquiles también morirá en las playas de Troya: “Cuando las llamas del funeral asciendan, nuca más se encuentran Aquiles y su amigo;…El mismo destino preordinado, que a mí me ha esperado desde mi nacimiento, te espera también a ti ante los muros de Troya. Aun tú, tan semejante a un dios, estás condenado a hundirte” (p. 671, Nota 26). Patroclo pide que cuando esto ocurra, sean enterrados los dos en el mismo sepelio. Aquiles se despierta, asombrado por la presencia tan real de su amigo muerto: “Es cierto que el hombre, aun muerto, retiene Parte de sí mismo, la mente inmortal se queda, La forma subsiste sin la ayuda del cuerpo… Mi amigo es mi camarada de siempre, vino tal como era en vida. ¡Alas! Tan diferente y al mismo tiempo tan permanente” (p. 672, Nota 27).

 

Los griegos preparan unos suntuosos y díscolos funerales para Patroclo en los que sacrifican tanto a bestias como a doce presos troyanos (que sólo consideran ofrendas, sin ninguna prerrogativa como soldados). “Entonces al final, ¡demasiado horrible para contarlo, Sacrificio triste! Doce cautivos troyanos cayeron sobre el fuego voraz (p. 676, Nota 28).  El ritual demanda también la preparación de un festín, una carrera de caballos, competencias de lucha libre y de tiro al arco. ¡Terminan pelándose por quien haya ganado las competencias! Los premios son diversos: caballos, envases de oro y esclavas, y Aquiles no se priva de recitar lo que valen, como un anfitrión que tiene que jactarse de los precios de sus regalos. Es una conmemoración y una solemnidad para honrar a Patroclo, pero igualmente es un descalabro macabro.  

 

Por otra parte, el dolor y la piedad no se extienden todavía al cuerpo sin vida del príncipe Héctor, su cadáver yace sin protección en el campo de batalla hasta que Aquiles lo arrastra al campo de los griegos. Tienen que ser los dioses Venus y Febo (Apolo) que de nuevo intervienen y cuidan su cadáver de los perros salvajes y los buitres. El dios Apolo se queja de la conducta de Aquiles, lo compara con una bestia que por dondequiera asesina sin discriminación, que extermina “…con alegría salvaje, que invade todo y respira sólo para destruir…. Repugna la suerte de toda la humanidad” (p. 709, Nota 29).  Y termina diciendo que Aquiles “viola las leyes humanas y divinas (p. 710. Nota 30).

 

Los dioses pactan un encuentro entre Príamo y Aquiles. El rey de Troya debe ir solo – únicamente con un sirviente también viejo-, en una carreta de mulas cargado de regalos para recuperar el cuerpo de su hijo. Va aterrorizado, pero se encuentra en el camino con el dios Hermes, quien le trata con respeto y cariño. Le dice: no permitas que tu alma se encoja de miedo; De mí parte ningún daño tocará su cabeza venerable; De los grecianos te protegeré, también, porque dentro de sus campamentos brilla la imagen viviente de mi padre” (p. 724, Nota 31). Pero le advierte también que al día siguiente Grecia atacará a los muros de Troya.

 

Hermes deja a Príamo en la tienda de Aquiles. El encuentro entre los dos revela una faceta totalmente distinta del héroe. De repente ve a Príamo como un padre, como el suyo propio. “Ahora, por turnos [los dos] experimentaron el flujo de dolor; y ahora las dos mareas se juntaron; Uno el padre y otro el hijo que deploran [su destino]. Pero para Aquiles son pasiones agregadas. Ahora llora por su y padre y luego por su amigo. Un recogimiento contagioso corre por los héroes; Un diluvio ilimitado comenzó. Lo sostenían como héroes, pero lo sentían como hombres” (p. 732, Nota 32).

 

Aquiles es capaz de emociones generosas y abiertas, aunque sólo en sus relaciones más íntimas. Amaba a Briseida (la esclava que causó la rabieta con Agamenón), y Patroclo, el amigo de su infancia. Amaba a los familiares que dejó en Ptía, especialmente a su padre, y en el encuentro intenso en su tienda con el rey troyano lamentó que no los iba a ver más.

 

Pero es implacable; aun relacionándose tan de cerca con Príamo, no se le ocurre pensar en una negociación para terminar con la hemorragia de muertos en ambos lados. Aquiles le da a Príamo un lapso de doce días para las celebraciones funerales de su hijo. Luego se entiende que Troya caerá, aunque Aquiles antes haya expresado sus dudas sobre las razones para pelear (“Los Troyanos… nunca me han molestado… Navegamos... Para vengar un mal que es privado…”-(ver nota 1, p. 13.). Son concesiones estremecedoras; han llorado juntos como hombres, pero Aquiles no ha podido superar la barrera del odio que da la guerra. El conflicto debe seguirá hasta sus últimas y trágicas consecuencias porque ella es inevitable. No hay contacto humano que pueda cambiar esta miseria y esta fatalidad. Príamo pasa parte de la noche en la tienda de Aquiles y luego regresa a Troya.

 

El contraste entre los funerales de Héctor y Patroclo no podría ser más grande. Los Troyanos cumplieron los ritos de la cremación y concluyeron sus actividades en dignidad y dolor. Y así termina la Ilíada. El resto lo sabemos: Troya cae, París mata a Aquiles, los habitantes de la ciudad mueren o se convierten en esclavos, y los griegos que sobreviven regresan a casa. Homero canta los eventos de una historia, pero, como excelente dramaturgo, también deja abierto el desenlace.  

 

 

El papel de los dioses

Los dioses no están de acuerdo entre sí. Algunos de ellos permanecen fielmente a favor de los griegos; otro grupo apoya invariablemente a los troyanos, y mientras tanto otros dioses cambian de bando. Homero canta sobre cómo Apolo protege a los troyanos mientras Atenea aviva a los griegos:

Apolo, así desde las torres altas de Ilión, Preocupado, eleva los poderes troyanos, Mientras que la diosa feroz [Atenea] da bríos a… los griegos, y grita y truena sobre los campos…” (p. 157-158, Nota 33).

Aunque Jove/Júpiter es el máximo regente de todos, con frecuencia los demás se quejan de sus órdenes. Por ejemplo, cuando Jove manda a la diosa Iris con un mensaje a Neptuno para que deje de apoyar a los troyanos, él contesta:

¿Qué quiere decir el engreído soberano de los cielos?  (El rey de los mares, así, furioso, contesta);  Que mande como quiera su reino allí arriba; No soy un dios avasallado, ni soy de su séquito” (448, Nota 34).

Neptuno termina obedeciendo, pero a regañadientes. En el curso de la épica muchas deidades se rebelan contra el jefe de los cielos, pero ellos terminan aceptando su poder, aunque la voluntad del soberano de los firmamentos sea vacilante. En el comienzo de la Ilíada Jove/Júpiter y Atenea prometen la victoria a los griegos, y Apolo y Marte respaldan a los troyanos. Venus protege a su hijo (mortal) troyano. Pero el apoyo de Jove es inestable: ofrece y luego retira su protección en un vaivén que confunde a los griegos, e inclusive, a veces apoya a los troyanos. En el Octavo Libro ordena a todas las deidades a abstenerse de intervenir más en la guerra, pero sin mucho éxito, en parte debido a la insubordinación de los demás dioses. Para los griegos esto parecía la quiebra de su promesa de victoria sobre los troyanos que les había dado antes. A veces Jove comienza el día apoyando a un bando, y ya para el medio día apoya al otro, como en el decimoprimer libro, al principio apoya a Agamenón, el rey griego, y luego da consejos estratégicos a Héctor, el troyano. Finalmente vuelve a apoyar el lado griego. Es como un gato jugando con un par de ratones; aquí aparece ayudando a Héctor:

 

La diosa [Iris dijo] entonces: ‘¡O hijo de Príamo, oiga! Vengo de Jove, y traigo su alto mandato. Mientras Agamenón desgaste sus legiones, y pelea en el frente, y baña la tierra de sangre, Absténgase de pelear, pero al mismo tiempo dispóngase de sus huestes, y confíe la guerra a manos menos importantes; Y entonces cuando el rey esté herido con una lanza o un dardo, El montará en su carroza y se alejará, entonces Jove le dará a usted fuerza para su brazo y su pecho” (p. 321, Nota 35).

 Inclusive, permite a su hijo mortal, Sarpedon, morir a manos del griego Patroclo. Jove lo quería salvar, pero su muerte estaba predestinada, aunque no está claro el origen de esta fatalidad. Jove lamenta:

La hora se acerca y los destinos ordenan, Mi hijo, que es semejante a un dios, caerá sobre la planicie de Frigia: Allí sobre la cúspide de la muerte está, su vida está en las manos feroces de Patroclo. ¡Que pasiones debatan en el pecho de un padre! ¿Lo salvo de su destino pendiente, y lo mando seguro a Licia? ¿O condeno a mi más valiente hijo? (p. (492-493, Nota 36).

La predestinación es confusa en la Ilíada. Mueren tantos, y los dioses intervienen a veces. Jove interviene por ratos en ambos lados, pero algo le impide salvar a su hijo. Contempla hacerlo, pero, su esposa (y hermana) le dice que no es posible.

 

Corta es la fecha dispuesta para el hombre mortal. ¿Puede Jove por uno sólo extender el tiempo autorizado, Cuyos límites eran fijados antes del comienzo de su raza?” (p. 493, Nota 37).

 

Jove ordena a Febo/Apolo que lleve el cuerpo sin vida de Sarpedon a su Licia natal para ser atendido y sepultado con reverencia allí. Y mientras tanto ordena la caída de Patroclo, su verdugo. La voluntad de los dioses es insondable.

El dios que da, organiza y ordena todo Te animó, y te apoyó para verte caer” (p. 503, Nota 38).

Este zarandeo celestial puede tener una explicación: en el tiempo que Homero describe en la Ilíada, los griegos no siempre tenían éxito. Si Jove hubiese sido constante en su apoyo, habrían ganado la guerra en poco tiempo. Suponiendo cierta veracidad histórica en el relato, el poeta tiene que recurrir a cambios en la voluntad divina para explicar las dificultades de ambas bandas en el campo de batalla.

No son simples espectadores. Intervienen activamente como haría un público indisciplinado en un juego de fútbol. Dan fuerzas especiales a los héroes de su predilección e, inclusive, a veces se montan en las carrozas a pelear físicamente en el campo de batalla, como cuando Marte ayuda a los troyanos precipitando su lance sobre Diomedes/Tideida. En este encuentro la diosa Palla/Atenea interviene a favor del griego, lo salva y en el proceso ella hiere a Marte. El dios, sin embargo, es inmortal, puede sufrir dolor, pero no morir. Lamentándose, sube al cielo y allí le sanan.

 

El dios [Marte] se lanzó sobre Tideida, Ahora apurados, feroces, ¡iguales!, ¡El griego atrevido y el horrible dios de la guerra! … Del brazo de Marte el arma enorme salió: [la diosa Palla/Atenea] interpuso su mano y la desvió… Entonces [Tideida] lanzó su jabalina que siseó por el aire; la diosa la alentó: Penetró al dios debajo de la cintura de su armadura…. Marte grita del dolor…. Y el dios asciende desde el combate, Alto sobre el torbellino oscuro hacia el cielo. Enloquecido con el dolor buscó su hogar brillante, y se sentó debajo del padre de los dioses, Le mostró su sangre celestial, y lamentándose, expresó sus quejas ante el trono inmortal” (p. 176, Nota 39).

 

Marte, sabiéndose inmortal, se junta a la batalla y mata a los mortales que él considera enemigos. La distinción entre los dioses y los héroes mortales es débil: casi lo único que los separa es el poder milagroso de los dioses y la mortalidad de los hombres.

 

Se puede decir que los hombres son los títeres de los dioses porque éstos son los que deciden si van a precisar la puntería de sus lanzas, o en cambio, si sus disparos van descarriar, para salvar a al guerrero a que quieren proteger. Ellos forman una estructura explicativa para los eventos: por medio de ellos los héroes mortales pueden entender por qué algunos se salvan y otros pierden. Los dioses son las fuerzas que impulsan a los mortales a defender su ciudad –o sitiar una población ajena-. Actúan como los motores aparentes tras el anhelo del poder de los reyes; diríamos hoy, funcionan como proyecciones interpretativas de los deseos humanos. En la siguiente cita los griegos, que antes iban ganando la guerra, ahora se sienten incapaces de defender la fortaleza en la playa que protege sus barcos, y Menelao explica lo que sientan como una inmanente derrota así: 

 

No hay que culpar a Grecia, Las armas son su quehacer, y la guerra es cosa suya. Sus héroes vigorosos de las bien batalladas planicies No se retrasan debido al miedo, ni por el ocio: ‘Es el cielo, ¡Alas!, y la calamidad [enviado por] Jove, el todo poderoso, que [abandonados] aquí, ¡lejos de nuestras casas, Desata nuestra caída ingloriosa!” (p. 388, Nota 40).

 

Y París, quien ha salido a combatir después de las críticas de su hermano Héctor, se defiende ahora, pero también dando a los dioses el crédito de sus éxitos en el campo de batalla:

 

Entonces París dijo: ‘Mi hermano y mi amigo, su impaciencia cálida hace que su lengua ofende. En otras batallas yo merecía su crítica, aunque no carecía de hazañas ni era carente de fama: Pero desde entonces he esparcido mortandad con mi arco fatal…. Lo que puedo hacer con este brazo, prepárate a saberlo…. Pero no se debe a nosotros, combatimos con fuerzas que no son nuestras: La fuerza pertenece sólo a los dioses” (p. 410, Nota 41).

 

La idea que los hombres podrían decidir su porvenir vino mucho después.  De hecho, los griegos en Atenas asomaron esta posibilidad seiscientos años después. En el periodo entre el siglo XII a. C. hasta el siglo VI a. C. hubo cambios sísmicos para la civilización mundial. En la edad de bronce y en los tiempos del sitio de Troya, los griegos se sentían totalmente controlados por una invención de su propia hechura cultural, es decir, su panteón de dioses. Seiscientos años más tarde en el tiempo de Solón (el primer mandatario que pensó en la necesidad de una constitución para gobernar a Atenas), los atenienses se declararon dueños de su propio destino y emprendieron el camino hacia la primera democracia del mundo. No abandonaron totalmente su fe en los dioses, ni después de Solón. De hecho, Sócrates fue condenado a la muerte debido a su confianza en el poder de la razón, en parte porque los conservadores de su tiempo lo consideraban “impío”.

 

 

La humanidad de los guerreros

Los héroes también tienen familia: padres, esposas e hijos. La despedida entre el príncipe troyano Héctor y su esposa Andrómaca está llena de tiernos detalles, como cuando su hijo se asusta al ver al padre con el casco de guerra lleno de ornamentos brillantes, y Héctor, dándose cuenta del problema, se lo quita para poder abrazar al bebé. Andrómaca le pide a Héctor quedarse, pero él, pensando en el destino de su familia si Troya no sobrevive, ve su obligación en el campo de batalla.

El bebé se agarró al pecho de la nodriza, asustado por la cresta del casco. Los dos padres sonrieron con placer oculto, y Héctor se apuró para calmar a su hijo, y desamarró el casco reluciente de su cabeza, y lo puso en el piso; Entonces besó al niño; y lo levantó alto en el aire, Así para ofrecer una plegaria de padre” (p. 204, Nota 42).

Toda esta escena es una preparación para la muerte de Héctor. Homero quiere dejar en claro que no era sólo un héroe; era también una persona valiosa y amada. Pero los valores marciales permean el ambiente. En su plegaria desea que el hijo crezca fuerte y se convierta en un guerrero más valiente aún que su papá.

Héctor lamenta la guerra y teme, tanto el destino de Troya como aquel de su familia que será capturada y empleada como esclavos. Él busca una solución que primero es pactada por los dioses Apolo y Minerva. Tendrá la responsabilidad de retar al griego más fuerte a un duelo que decidirá el porvenir de la guerra, en donde habrá una sola víctima más. Él sale al campo de batalla y grita:

Ustedes, entonces, O príncipes griegos, aparezcan; Habla Héctor, y les llama también a los dioses a oír: De todas sus tropas, seleccionen al guerrero más temerario, Él y Héctor se atreverán a confrontarse” (p. 212, Nota 43).

Al principio nadie se levanta. Entonces lo hace Menelao, pero su hermano lo convence que tiene que haber un soldado más fuerte que él. Los griegos seleccionan a Ayax; ya hemos descrito como la batalla termina debido a la caída de la noche. Y luego, la despiadada guerra continúa.

Aunque todos lloran sus muertos, Héctor es el más sensible de todos los combatientes.

 

Los orígenes de quienes se consideraban “griegos”

Los griegos que acuden a Troya provienen de lugares esparcidos por todo lo que ahora llamamos “Grecia”.  Aquiles y Patroclo vienen de Ptía en el noreste, pero en general los combatientes vienen del sur: a) el viejo Néstor es el rey de Pilos, b) Menelao es el rey de Esparta, c) Agamenón es el rey de Micenas, d) Odiseo es de Ítaca y f) Diomedes/Tideida proviene de Argos. Esta dispersión de orígenes señala una diversidad de tribus -eolios, dorios, aqueos y jonios y otros, y Homero canta las hazañas de todos; canta y conjura a un lugar en construcción cultural: él de los “aqueos”, un término que comienza a referir a todos porque todavía no se usaba “Helenos” para referir a los habitantes de la península, las islas y las colonias de Anatolia. En el Siglo XII a. C. ellos concurrieron en defensa de algo que rebasaba el rescate de Helena: están en el proceso de definir un territorio que tiene un significado compartido en relación a los reinos circundantes.

Ya había algo de una cultura con orígenes míticos.  El término “Hellas” proviene de Hellen, el hijo de Deucalion y Pyrrha. El mitológico Deucalion a su vez era el hijo del titán Prometeo. Él y su consorte Pyrrha repoblaban la tierra después de una gigantesca inundación, arrojando piedras que después se convirtieron en personas; la primera piedra produjo Hellen, que llegó a ser un gran patriarca. Tucídides escribe, en el Libro I de su Historia de la Guerra del Peloponeso:

Me inclino a pensar que el mismo nombre aún no se había dado a todo el territorio y, de hecho, no existía en absoluto antes de la época de Hellen, el hijo de Deucalion; las diferentes tribus, de las cuales la pelasga era la más extendida, dieron sus propios nombres a los diferentes distritos. Pero cuando Hellen y sus hijos se hicieron poderosos en Phthiotis, su ayuda fue invocada por otras ciudades, y quienes se asociaron con ellos gradualmente comenzaron a llamarse helenos, aunque pasó mucho tiempo antes de que el nombre prevaleciera en todo el territorio. De esto, Homero ofrece la mejor evidencia; porque él, aunque vivió mucho después de la guerra de Troya, en ninguna parte usa este nombre colectivamente, sino que lo limita a los seguidores de Aquiles de Phthiotis, que eran los helenos originales; cuando habla de toda la hueste, los llama Danäans, o Argives, o Achaeans” (Libro I, párrafo 4).

Homero reconoce que el sitio de Troya representa un hito histórico, cultural y étnico para los griegos del Siglo VIII a. C., y muchos de sus coterráneos podían identificarse con el anhelo de una entidad compartida. Hay otras evidencias de este aliento cultural: la Liga Anfictiónica ya existía en los tiempos de Homero, ciertamente se fundó después de la guerra de Troya; comprendía unas doce tribus en la parte central de Grecia, y aunque no se trataba de una agrupación cívica o política, requería la colaboración general de grupos separados. Su propósito era la protección y administración de los templos de Apolo en Delfos y de Deméter en Anthela; evidentemente señalaba el comienzo de un nuevo espíritu griego.

En el idioma original de la Ilíada, Homero insinúa varios dialectos que juntos pueden sumarse al griego (Derks y Roymans, 2009).  El poeta vivía en un tiempo en que hubo muchas migraciones dentro de la península y entre las islas del Mar Egeo.  Inclusive había asentamientos griegos en Anatolia que ahora es la costa oriental de Turquía. Él mismo había viajado entre algunos de estos lugares. Derks y Roymans dicen que probablemente para el Siglo VII había personas que hablaban más de un dialecto y que los reconocían como variantes de un mismo idioma.

El deseo para un espacio cultural compartido atravesó los siglos, desde la Guerra de Troya hasta la conquista de Atenas por Alejandro en el año 335 a.C. En las Guerras Médicas en que los griegos se defendían contra el Imperio Persa, todas las ciudades contribuyeron a alejar los invasores, especialmente Atenas y Esparta, primero en las llanuras de Maratón en el año 490 a. C., y luego en las Termópilas y en la Batalla de Salamina en el 480 a. C. Sin embargo, esto no impedía guerras entre las ciudades/estados; fue luego de las Guerras del Peloponeso (431-404 a.C.) que Esparta sustituyó a Atenas en el liderazgo helénico, y la democracia ateniense fue suplantado por el “Régimen de los Treinta”, una terrible tiranía liderada por a Critias. Este avasallamiento duró menos de un año, pero diezmó la población. Una coalición finalmente negoció la restauración de algo similar a una democracia en la ciudad.

Grecia vivía los vaivenes de una cultura múltiple, que combinaba diversas aspiraciones hegemónicas con el deseo de autogobierno. Vivía guerras crueles que coexistían con los intentos de formar ligas de cooperación, y sobre todo ensayó un largo experimento en que intentaba forjar una identidad compartida. Estos esfuerzos duraron más de mil años hasta que Alejandro convirtiera la región en un vasallaje de Macedona, y luego los romanos conquistaron los macedonios, y reclamara la península como como dependencia de su Imperio. Sin embargo, Atenas sobrevivió como como un centro de cultura donde seguían prosperando la filosofía, la ciencia y la educación. Horacio, el poeta romano, dijo: “Graecia capta ferum victorem cepit” (Grecia conquistada capturó al feroz vencedor) (Horacio, 11/11/2004, parágrafo 4).

Reflexiones finales

La Ilíada es una tragedia incompleta porque no termina de describir la caída de Troya, excepto en una especie de reflexión anticipada en el decimosegundo libro cuando el poeta avisa que el final se acerca. En este momento los troyanos están derribando al muro que protege los barcos griegos. Pareciera que ellos estén ganando el conflicto, pero Homero sabiamente desengaña al lector u oyente con sus tristísimas predicciones, no sólo sobre el ocaso de Troya sino sobre la eliminación absoluta de todo. No quedará nada.

Sin los dioses, ¡por tan poco tiempo puede mantenerse El monumento hecho por los manos humanos más orgullosos! Esto [Troya] duró mientras Héctor y Aquiles se agrediesen. Mientras los huestes acometiesen a la sagrada Troya; Pero cuando exterminaron a sus hijos, su ciudad se quemó, y los que sobrevivieron de los griegos, a Grecia se devolvieron; entonces Neptuno y Apolo sacudieron a la costa, Entonces las cumbres de Ida [el espíritu del bosque] derramaron su agua…. Febo [Apolo] devolvió [al mar] los cascos y escudos, y los héroes muertos -semejantes a dioses- … se inundó el murallón por nueve días continuados, El peso de las aguas debilitó la pared, y al mar se fueron los balaustres…. Ahora alisado con la arena los ríos fluyen de nuevo, y brillan entre las colinas o yerran sobre las planicies, Y ningún fragmento refrenda dónde estuvo aquella maravilla” (p. 356, Nota 44).

Aunque dice que los muros de la ciudad serán arrastrados al mar por los ríos desbordados, y no quedarán ni los sables ni los escudos de los héroes sobre la arena, sabemos que permanecerán los cantos de los aedos. 

A las alturas del Siglo XXI revisitamos a Agamenón, Menelao, Príamo, Héctor, París, Helena, Aquiles, Patroclo y los demás. Sus dramas nos conmuevan, y al mismo tiempo nos dan nuevas ventanas a nuestro propio mundo. Es inevitable preguntar si, con un liderazgo distinto, la guerra podría haberse evitado, o por lo menos qué hacía falta para que los intentos de negociación de Héctor hubiesen tenido éxito. Para contestar estas preguntas, es necesario, por un corto tiempo, prescindir de la influencia de los dioses sobre los mortales.  

Con ojos modernos tenemos que examinar el conflicto entre el liderazgo y el heroísmo.  Gadamer (1977/1991) diría que esto es imposible porque los eventos históricos sólo ocurren en sus contextos verdaderos, y que es papel del intérprete acercarse al mundo que observa, deshaciéndose de los prejuicios de su propio tiempo. En nuestros tiempos, personajes similares dirigen procesos semejantes, y los documentos épicos nos sirven de base para entender nuestros propios tiempos.

Si Agamenón es un militar que aprovecha de las circunstancias para convertirse en el líder despótico de todos los griegos, Príamo es el rey bondadoso que llora por las desgracias de su pueblo. Si Menelao es el representante de una causa (el rescate de Helena), Aquiles es un héroe violento sin causa y sin propósito; un asesino sin miramientos, que contradictoriamente puede amar y llorar sus propias pérdidas. Si Héctor es el negociador y el defensor de su gente, Diomedes/Tideida es un batallador atrevido que sigue órdenes, sabiéndose protegido (por la diosa Venus, su madre).

Los reyes de todos los tiempos conducen sus pueblos a la batalla. Las leyendas cuentan como Agamenón llevó un gran ejército por el mar Egeo a atacar un pueblo lejano; y cuando Príamo aceptó la presencia de Helena, tiene que haber sospechado que los griegos vendrían a rescatarla. Era una situación de tensa anticipación cuyo desenlace nadie podría predecir, pero estaban todos dispuestos a tomar los riesgos. Cada lado tenía potencialmente algo que ganar.

Los reyes toman las decisiones y los héroes obedecen. Mientras más feroces sean los soldados, más se les aprecia por su valor militar. Ellos ni razonan ni dudan. La ética de la guerra es similar en todas las épocas, y lo que es diferente en este caso es que el cantor llore por todas sus víctimas por igual. Inclusive, se puede decir que, para Homero, los troyanos han sido menos patanes y beligerantes que los griegos. El poeta reconoce una valentía templada y aun amorosa en el viejo Príamo cuando cruza –casi solo- las líneas bélicas entre los dos lados para buscar al cadáver de su hijo Héctor.

Inclusive, los dioses son problemáticos en la Ilíada. Pelean entre sí, son desleales, y en vez de preocuparse por el bien de los cielos, de la Tierra o de los seres humanos, pasan su tiempo creando sus propias esferas de influencia. No creo que haya sido el propósito de Homero criticarlos; más bien, como he observado, sus voluntades tumultuosas sirven para explicar los vaivenes de una guerra interminable, impredecible y paradójica.

Normalmente en las novelas, obras teatrales y canciones que son admiradas como obras fundamentales para la identidad de un pueblo, los autores celebran la victoria de su propio estado o reino; declaman la conquista de otro que consideren invasor, opresor u objeto de apropiación. En la Ilíada Homero denuncia una tragedia genérica, al mismo tiempo que elogia la valentía de todos los protagonistas.

Ricoeur propone que la interpretación que hagamos de obras ajenas incorporen algo de “sospecha” y busquemos en ellas los temas que sediciosamente delatan preocupaciones escondidas. En este caso me atrevo a decir que este canto a la humanidad fundamenta más bien la inquietud que siglos más tarde comenzaría a manifestarse en Atenas, donde los hombres asumían la responsabilidad de sus actos y se gobernaban a sí mismos. Los héroes de Atenas eran los filósofos de la razón, y a veces, como en el caso de Sócrates, pagaban sus enseñanzas con sus vidas.


 

Referencias:

                                                       

Esquilo, Agamemnon. Theoi, e-texts library. Disponible en: http://www.theoi.com/Text/EsquiloAgamemnon.htmlESQUILO (458 bC/sf). Recuperado el 12/6/2020.

Derks, Ton y Roymans, Nico (2009), Ethnic constructs in antiquity. Amsterdam University Press. Amsterdam

Gadamer, Hans-Georg (1977/1991). La actualidad de lo bello. Paidós. Barcelona

Gadamer, Hans-George (1960/2000). Verdad y método I. Sígueme. Salamanca.

Homero. The Iliad of Homer, Traducido por Alexander Pope. The Guttenberg Project. Disponible en: http://www.gutenberg.org/ebooks/6130. (1899). Recuperado el 30/6/2020

Horace. The works of Horace. Traducido por A.M. Smart. Project Guttenberg. 11/11/2004. Disponible en: https://www.gutenberg.org/files/14020/14020-h/14020-h.htm#THE_SECOND_BOOK_OF_THE_EPISTLES_OF_HORACE

Ovidio (2 dC/ 1998). Efigenia en Áulide. Las Metamorfosis. Libro XII. Editorial Porrúa. México.

Ricoeur, P. (1981/1994). Hermeneutics of the human sciences. Cambridge University Press y Editions de la Maison des Sciences de l’Homme. Cambridge, Massachusetts y París

Rossman, Gabriel. Glory and Gore. Contexts. American Sociological Association. 16 (3), pp.  42-47. Disponible en: https://journals.sagepub.com/doi/full/10.1177/1536504217732052 (5/10/2017). Recuperado el 3/7/2020.

Tucídides (c. 411 B.C.//7/13/2013). La historia de la guerra del Peloponeso. Proyecto Guttenberg. Disponible en: https://www.gutenberg.org/files/7142/7142-h/7142-h.htm

 

Agradecimientos

Quisiera agradecer la ayuda del Profesor Gilberto Márquez por revisar la redacción de este manuscrito.

 

 

Notas Finales

 

(1)“What cause have I to war at thy decree?

The distant Trojans never injured me”….

Hither we sail'd, a voluntary throng,

To avenge a private, not a public wrong (p. 13).

 

(2) “Full in the blazing van great Hector shined,

Like Mars commission'd to confound mankind.

Before him flaming his enormous shield,

Like the broad sun, illumined all the field;

His nodding helm emits a streamy ray;

His piercing eyes through all the battle stray” (p. 411).

 

(3)Think of your hopes, your fortunes; all the care

Your wives, your infants, and your parents share:

Think of each living father's reverend head;

Think of each ancestor with glory dead;

Absent, by me they speak, by me they sue,

They ask their safety, and their fame, from you:

The gods their fates on this one action lay,

And all are lost, if you desert the day" (p. 468).

 

(4) For this in arms the warring nations stood,

And bathed their generous breasts with mutual blood.

No room to poise the lance or bend the bow;

But hand to hand, and man to man, they grow:

Wounded, they wound; and seek each other's hearts

With falchions, axes, swords, and shorten'd darts.

The falchions ring, shields rattle, axes sound,

Swords flash in air, or glitter on the ground;

With streaming blood the slippery shores are dyed,

And slaughter'd heroes swell the dreadful tide” (p. 470).

 

(5) “[Tydides] spoke, and rising hurl'd his forceful dart,

Which, driven by Pallas, pierced a vital part;

Full in his [Anchises’] face it enter'd, and betwixt

The nose and eye-ball the proud Lycian fix'd;

Crash'd all his jaws, and cleft the tongue within,

Till the bright point look'd out beneath the chin.

he falls, his helmet knocks the ground:

Earth groans beneath him, and his arms resound;

The starting coursers tremble with affright;

The soul indignant seeks the realms of night. P. 150

 

(6) “Lamented youth! in life's first bloom he fell,

Sent by great Ajax to the shades of hell (p. 525).

 

(7) Fix'd on “the spot they war, and wounded, wound

A sanguine torrent steeps the reeking ground:

On heaps the Greeks, on heaps the Trojans bled,

And, thickening round them, rise the hills of dead” (p. 528).

 

(8)“The war renews, the warriors bleed again:

As o'er their prey rapacious wolves engage,

Man dies on man, and all is blood and rage.” (p. 131).

 

(9) "Cursed is the man, and void of law and right,

Unworthy property, unworthy light,

Unfit for public rule, or private care,

That wretch, that monster, who delights in war” (p. 264).

 

 (10) “So fought each host, with thirst of glory fired,

And crowds on crowds triumphantly expired” (p. 134)

 

(11) "O first of Greeks! (his noble foe rejoin'd)

Whom heaven adorns, superior to thy kind,

With strength of body, and with worth of mind!

Now martial law commands us to forbear;

Hereafter we shall meet in glorious war,

Some future day shall lengthen out the strife” (p. 222).

 

(12) “The gallant man, though slain in fight he be,

Yet leaves his nation safe, his children free” (p. 461).

 

(13) "Trojans! your great Ilioneus behold!

Haste, to his father let the tale be told:

Let his high roofs resound with frantic woe,

Such as the house of Promachus must know;

Let doleful tidings greet his mother's ear,

Such as to Promachus' sad spouse we bear,

When we victorious shall to Greece return” (p. 438).

 

(14) “When Hector view'd, all ghastly in his gore,

Thus sadly slain the unhappy Polydore,

A cloud of sorrow overcast his sight.

His soul no longer brook'd the distant fight:

Full in Achilles' dreadful front he came,

And shook his javelin like a waving flame” (p. 610).

 

(15) "Oh, take not, friends! defrauded of your fame,

Their proffer'd wealth, nor even the Spartan dame.

Let conquest make them ours: fate shakes their wall,

And Troy already totters to her fall” (p. 226).

 

 

(16) “Once more bold Teucer, in his country's cause,

At Hector's breast a chosen arrow draws:

And had the weapon found the destined way,

Thy fall, great Trojan! had renown'd that day.

But Hector was not doom'd to perish then:

The all-wise disposer of the fates of men

(Imperial Jove) his present death withstands;

Nor was such glory due to Teucer's hands.

At its full stretch as the tough string he drew,

Struck by an arm unseen, it burst in two;

Down dropp'd the bow: the shaft with brazen head

Fell innocent, and on the dust lay dead.

The astonish'd archer to great Ajax cries;

"Some god prevents our destined enterprise:

Some god, propitious to the Trojan foe” (p. 459).

 

(17) “Yet Jove deferr'd the death he was to pay,

And gave what fate allow'd, the honours of a day!” (p. 465),

 

(18) “… it sounds thy death:

Insulting man, thou shalt be soon as I;

Black fate o'erhangs thee, and thy hour draws nigh;

Even now on life's last verge I see thee stand,

I see thee fall, and by Achilles' hand" (p. 510).

 

(19) “Hector in proud Achilles' arms shall shine,

Torn from his friend, by right of conquest mine” (p. 520).

 

(20) “Patroclus dead, Achilles hates to live.

Let me revenge it on proud Hector's heart,

Let his last spirit smoke upon my dart;

On these conditions will I breathe: till then,

I blush to walk among the race of men" (p. 549).

 

(21) “I know my fate: to die, to see no more

My much-loved parents, and my native shore—

Enough—when heaven ordains, I sink in night” (p. 591).

 

(22) “This way and that, the spreading torrent roars:

So sweeps the hero through the wasted shores;

Around him wide, immense destruction pours

And earth is deluged with the sanguine showers….

High o'er the scene of death Achilles stood,

All grim with dust, all horrible in blood:

Yet still insatiate, still with rage on flame;

Such is the lust of never-dying fame!” (p. 613).

 

(23) "Have mercy on me, O my son! revere

The words of age; attend a parent's prayer!

If ever thee in these fond arms I press'd,

Or still'd thy infant clamours at this breast;

Ah do not thus our helpless years forego,

But, by our walls secured, repel the foe.

Against his rage if singly thou proceed,

Should'st thou, (but Heaven avert it!) should'st thou bleed” (p. 645).

 

(24) “I feel my folly in my people slain.

Methinks my suffering country's voice I hear” (p. 647).

 

(25) “Death and black fate approach! 'tis I must bleed” (p. 654).

 

(26) “When once the last funereal flames ascend,

No more shall meet Achilles and his friend;

No more our thoughts to those we loved make known;

Or quit the dearest, to converse alone.

Me fate has sever'd from the sons of earth,

The fate fore-doom'd that waited from my birth:

Thee too it waits; before the Trojan wall

Even great and godlike thou art doom'd to fall.

Hear then; and as in fate and love we join,

Ah suffer that my bones may rest with thine!” (p. 671).

 

(27) "Tis true, 'tis certain; man, though dead, retains

Part of himself; the immortal mind remains:

The form subsists without the body's aid,

Aerial semblance, and an empty shade!

This night my friend, so late in battle lost,

Stood at my side, a pensive, plaintive ghost:

Even now familiar, as in life, he came;

Alas! how different! yet how like the same!” (p. 672).

 

(28) “Then last of all, and horrible to tell,

Sad sacrifice! twelve Trojan captives fell

On these the rage of fire” (p. 676).

 

(29) “A lion, not a man, who slaughters wide,

In strength of rage, and impotence of pride;

Who hastes to murder with a savage joy,

Invades around, and breathes but to destroy!

Shame is not of his soul; nor understood,

The greatest evil and the greatest good.

Still for one loss he rages unresign'd,

Repugnant to the lot of all mankind; (p. 709).

 

(30) “He violates the laws of man and god” (p. 710).

 

(31) “Yet suffer not thy soul to sink with dread;

From me no harm shall touch thy reverend head;

From Greece I'll guard thee too; for in those lines

The living image of my father shines" (p. 724).

 

(32) “Now each by turns indulged the gush of woe;

And now the mingled tides together flow:

This low on earth, that gently bending o'er;

A father one, and one a son deplore:

But great Achilles different passions rend,

And now his sire he mourns, and now his friend.

The infectious softness through the heroes ran;

One universal solemn shower began;

They bore as heroes, but they felt as man” (p. 732).

 

(33) “Apolo thus from Ilion's lofty towers,

Array'd in terrors, roused the Trojan powers:

While war's fierce goddess fires the Grecian foe,

And shouts and thunders in the fields below…” (p. 157-158)

 

(34) "What means the haughty sovereign of the skies?

(The king of ocean thus, incensed, replies;)

Rule as he will his portion'd realms on high;

No vassal god, nor of his train, am I” (448).

 

(35) “The goddess then: "O son of Priam, hear!

From Jove I come, and his high mandate bear.

While Agamemnon wastes the ranks around,

Fights in the front, and bathes with blood the ground,

Abstain from fight; yet issue forth commands,

And trust the war to less important hands:

But when, or wounded by the spear or dart,

The chief shall mount his chariot, and depart,

Then Jove shall string thy arm, and fire thy breast” (321).

 

(36) "The hour draws on; the destinies ordain,

My godlike son shall press the Phrygian plain:

Already on the verge of death he stands,

His life is owed to fierce Patroclus' hands,

What passions in a parent's breast debate!

Say, shall I snatch him from impending fate,

And send him safe to Lycia, distant far

From all the dangers and the toils of war;

Or to his doom my bravest offspring yield” (p. 492-493)

 

(37) “Short is the date prescribed to mortal man;

Shall Jove for one extend the narrow span,

Whose bounds were fix'd before his race began? (p. 493)

 

(38) “The god who gives, resumes, and orders all,

He urged thee on, and urged thee on to fall (p. 503)

 

(39) “The god … at Tydides flies.

Now rushing fierce, in equal arms appear

The daring Greek, the dreadful god of war!

Full at the chief, above his courser's head,

From Mars's arm the enormous weapon fled:

Pallas opposed her hand, and caused to glance

Far from the car the strong immortal lance.

Then threw the force of Tydeus' warlike son;

The javelin hiss'd; the goddess urged it on:

Where the broad cincture girt his armour round,

It pierced the god:. ….Mars bellows with the pain:….

In such a cloud the god from combat driven,

High o'er the dusky whirlwind scales the heaven.

Wild with his pain, he sought the bright abodes,

There sullen sat beneath the sire of gods,

Show'd the celestial blood, and with a groan

Thus pour'd his plaints before the immortal throne: (p. 176)

 

(40) "…On Greece no blame be thrown;

Arms are her trade, and war is all her own.

Her hardy heroes from the well-fought plains

Nor fear withholds, nor shameful sloth detains:

“Tis heaven, alas! and Jove's all-powerful doom,

That far, far distant from our native home

Wills us to fall inglorious! …" (p. 388).

 

(41) “When Paris thus: "My brother and my friend,

Thy warm impatience makes thy tongue offend,

In other battles I deserved thy blame,

Though then not deedless, nor unknown to fame:

But since …,

I scatter'd slaughter from my fatal bow…..

What with this arm I can, prepare to know….

But 'tis not ours, with forces not our own

To combat: strength is of the gods alone" (p. 410).

 

(42) “The babe clung crying to his nurse's breast,

Scared at the dazzling helm, and nodding crest.

With secret pleasure each fond parent smiled,

And Hector hasted to relieve his child,

The glittering terrors from his brows unbound,

And placed the beaming helmet on the ground;

Then kiss'd the child, and, lifting high in air,

Thus to the gods preferr'd a father's prayer” (p. 204).

 

(43) “You then, O princes of the Greeks! appear;

'Tis Hector speaks, and calls the gods to hear:

From all your troops select the boldest knight,

And him, the boldest, Hector dares to fight” (p. 212)

 

(44) “Without the gods, how short a period stands

The proudest monument of mortal hands!

This stood while Hector and Achilles raged.

While sacred Troy the warring hosts engaged;

But when her sons were slain, her city burn'd,  

And what survived of Greece to Greece return'd;

Then Neptune and Apollo shook the shore,

Then Ida's summits pour'd their watery store; ----

Helmets, and shields, and godlike heroes slain:

These, turn'd by Febo from their wonted ways,

Deluged the rampire nine continual days;

The weight of waters saps the yielding wall,

And to the sea the floating bulwarks fall.….

Now smooth'd with sand, and levell'd by the flood,

No fragment tells where once the wonder stood;

In their old bounds the rivers roll again,

Shine 'twixt the hills, or wander o'er the plain” (356).

 

 

 

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