lunes, 10 de mayo de 2010

Billetes falsos










En el supermercado el sábado hubo una enorme fila de gente apoyada cada uno en su cesta esperando su turno para pagar; supongo que todos estábamos en lo mismo de preparar un buen día de las madres para el día siguiente. Cuando finalmente llegó mi turno un muchacho “se coleó” frente a mi con un refresco que iba a pagar con un billete de Bs. F 100. Me molestó un poco porque había una fila para quienes no iban a comprar mucho, que él no quiso usar, pero me dije: “no, qué importa, es sólo un refresco”.

Pero la muchacha que nos atendía puso el grito en el cielo: “¡EL BILLETE ES FALSO!”

El muchacho ni se veía consternado. Sonrío, aceptó su billete de regreso, dejó su compra y se fue.

Para mi fue evidente que su compra pequeño era una maniobra consciente de lavado de devisas, y el joven quedó con la posibilidad de intentarlo otra vez. Para mí, un billete inútil de este tamaño hubiera sido algo que lamentar porque dejaría mi pobre cartera más flaca y fea de lo que es. Imagínense que la cajera lo hubiera aceptado y que fuera a convertirse en parte del sueldo de uno de los empleados. El efecto para esta persona sería por lo menos incómodo, tal vez significaría una semana sin poder comprar una medicina.

En este caso vender billetes falsos es ilegal, pero en el fondo es otro ejemplo de cuando la solución de algunos se convierta en malestar para otros. Es como colear en la carretera y arrojar basura a la calle. Es irrespeto para los demás.

Sé que se trata de un crimen menos violento que muchos que ocurren todos los días. Pero tenemos que conservar el derecho de protestar por los pequeños malestares también.

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