miércoles, 24 de junio de 2015

La defensa del racismo y otros constructos desafortunados



Hay varios teóricos de la psicología cognitiva y social (por ejemplo: Asch, 1951, 1952, 1956,  Rotter, 1966, Festinger, 1962 y Gilber y Malone, 1995) que nos “explican” porque tomamos y mantenemos ciertas actitudes en vez de otras. El problema es que requieren que haya en nosotros una racionalidad de fondo que tiene que funcionar o resolverse.

La disonancia congitiva  (Festinger, 1962) es, ciertamente, útil para explicar muchas cosas. Festinger propuso que defenderemos las posiciones o acciones que ya hemos asumidas –por las razones que sean- aunque luego se demuestran equivocadas. Es decir, aun cuando lo dicho o hecho resulta erróneo, buscaremos explicaciones racionales para defendernos.

Los que han celebrado la bandera racista (de la Confederación de los Estados Americanos del tiempo de la Guerra Civil de los Estados Unidos) explican que ella refiere simplemente a la historia de sus familias, y también al Sur como zona geográfica y política. Eliminan selectivamente el significado discriminatorio de este emblema con sus “razones”.

Igualmente, personas que se han declarado leales a un partido político bailen alrededor de los posibles fracasos de su facción en su intento de  defenderla.

Aunque quisiéramos considerarnos como actores racionales, en general lo somos sólo en condiciones muy restringidas. Aquí relato un ejemplo personal: tengo una disputa larga con dos matemáticos (racionales) sobre la caza por trofeo. África del Sur permite la cacería controlada de elefantes y otros animales en peligro de extinción. Dicen estos conocidos míos que el negocio de la caza financia la protección de los animales en zonas donde puedan recuperar sus poblaciones y así evitar la desaparición. Dicen que usan sólo animales machos fuera de la edad de reproducirse. Por mi parte, mi argumento queda así: matar un animal tan magnífico es aborrecible. ¿Por qué no organizar expediciones fotográficas con el mismo motivo?

Ahh, pero entonces mi opinión no tiene una base racional: es emocional.

En todo caso ya se sabe que no hay una línea trazada en nuestros cerebros entre lo que pensamos y lo que sentimos; es un paquete entremezclado y complejo.

Cuando ensalzamos o criticamos a alguien, tendemos a referir a sus cualidades personales, según Gilbert y Malone (1995). Esto es importante en términos de los discursos actuales sobre Dylann Roof, el joven que mató a nueve personas en Charleston, Carolina del Sur, la semana pasada. Según las reseñas que he visto, Dylann es, por su cuenta personal y propia responsabilidad: un racista, un asesino, un terrorista de la derecha extrema o un adicto a drogas. Estos oprobios evidentemente apuntan a características que sí, le describen a Dylann, pero dejan fuera a otras razones, y ellas son las que refieren a presiones externas que le empujaron a actuar.

Al señalar esto no pretendo excusar su terrible acto; más bien deseo señalar que Dylann no actúo en ausencia de respaldo cultural. Dicen que en el momento de su arresto en un restaurante local, la policía municipal le brindó una hamburguesa: ¿esto es el trato que se da a un despreciable criminal? Más bien esto señala que el muchacho representa a mucha gente de la zona que ahora, de repente, busca distanciarse de él. Protegiendo y manteniendo sus creencias, se alejan de un individuo, aunque él represente justamente a la colectividad.

Todo esto apunta a una mezcla de causas que nos empujan a pensar y actuar. Tenemos muchos mecanismos para proteger nuestras opiniones y creencias. Uno de ellos se ilustró recientemente cuando el presidente de los Estados Unidos usó una palabra prohibida para referir a personas de ascendencia africana en el país. La manera “correcta” es el eufemismo “la palabra con n” (the n Word), pero él saltó la alusión indirecta y pronunció la palabrota, de esta manera creando un escándalo. ¿Qué logró con esto? En mi opinión dejó desnuda a la crudeza del racismo en su país. Dejó las razones y sus silencios sin la posibilidad de escabullirse. Por esto el enfado.


Referencias:

Asch, S. E. (1951). Effects of group pressure upon the modification and distortion of judgment. In H. Guetzkow (ed.) Groups, leadership and men. Pittsburgh, PA: Carnegie Press.
Asch, S. E. (1952). Group forces in the modification and distortion of judgments.
Asch, S. E. (1956). Studies of independence and conformity: I. A minority of one against a unanimous majority. Psychological monographs: General and applied, 70(9), 1-70.
Daniel T. Gilbert and Patrick S. Malone (1995). The Correspondence Bias. AustinPsychological Bulletin, Vol. 117, No. 1, 21-38. Disponible en: http://heatherlench.com/wp-content/uploads/2008/06/gilbert.pdf
Festinger, L. (1962) A theory of cognitive dissonance. Stanford: Stanford University Press.
Perrin, S., & Spencer, C. (1980). The Asch effect: a child of its time? Bulletin of the British Psychological Society, 32, 405-406.
Rotter, J. (1966). "Generalized expectancies for internal versus external control of reinforecement". Psychological Monographs, 80, Número 607 completo.

Sherif, M., & Sherif, C. W. (1953). Groups in harmony and tension. New York: Harper & Row.

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