domingo, 3 de diciembre de 2017

Corrupción y confianza



 En Venezuela resistir día a día a la corrupción es el acto político más transcendental que podemos hacer ahora. Como en una película de los muertos vivientes, ella va arrastrándose, entrando en los negocios, hogares, en las amistades e incluso en los espíritus de los ciudadanos. Casi no hay un empleado público que no haya sido infectado con su veneno. 

En el Ejército, la Guardia y las policías las personas todavía sanas son escasísimas. No seguiré enumerando los lugares donde se concentra esta contaminación; más bien hablaré de cómo está descomponiendo tanto contagiados como víctimas.  

Ella va mano a mano con la burla de toda restricción legal. Siempre en Venezuela ha habido una actitud más bien relajada con respecto al acatamiento de las normas formales, pero ahora nos encontramos con la mofa abierta. Con una indiferencia tan extendida, recuperar algún día un sistema de respeto y concordia va a ser muy difícil. 

Las víctimas de la corrupción pierden. Son despojados de dinero, bienes, bienestar, confianza en sus propias habilidades y la misma capacidad de luchar contra estas pérdidas. Al nivel colectivo pierden la soberanía de decidir y actuar como ciudadanos. 

Terminan aceptando que les engañan, mientan y desilusionan; terminamos todos aceptándola tal como tenemos que soportar el mal tiempo y la mala suerte. Ojala no volvamos a su expresión más cruel, criminal y degradante, como en Libia donde la esclavitud reaparece completa con bloques de subasta como en el Siglo IXX.

El corrupto también pierde. Es obvio que obtiene dinero -por regla general mejora ampliamente su situación económica; pero también sufre pérdidas: necesariamente tiene que menospreciar a sus víctimas. ¿No fue Ringling –él de los circos-  refiriéndose al público que asistía a sus espectáculos, que “cada minuto nace un nuevo tonto”?  Esta pérdida no es trivial, porque cambia cómo se relaciona con los demás. El corrupto no puede confiar en nadie. Además, cuando sus actividades sean ilegales siempre queda el miedo de un juicio y una subsecuente encarcelación.

Esta misma condición produce un fenómeno interesante y hasta conmovedor. Algunos comerciantes, con sus puntos de venta y posibilidades de negocio paralizadas, confían en sus clientes y aceptan que  se les paguen por transferencias después, desde sus casas. Lo hacen sabiendo que estas transferencias pueden demorar días debido a la falta de la señal de Internet. El otro día en el banco una mujer me pidió que le ayudara con el dinero que recién sacó del telecajero, porque su cartera era pesada y llena de cosas. Lo hizo sin conocerme. Los que se evalúan mutuamente como "confiables" –por medio de una mirada rápida de comprensión social- comienzan a formar cofradías de protección, compañerismo y cordialidad.

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