sábado, 9 de marzo de 2013

La muerte y la pérdida


diario El Nacional publicó un artículo ayer de Fernando Mires en donde él reflexionó sobre el llanto de los vivos frente a sus ídolos muertos.  No quiero entrar en el significado que le da a esto –el lector puede acceder a ello por medio del enlace- pero, sí, quisiera pensar en lo que significan las lágrimas de un pueblo por un individuo perdido.

Está claro que tenemos que llorar la entrega del amor a la muerte: es una parte esencial de la condición humana, y es necesario para que la vida continúa: sin la despedida no hay renovación. Pero me preocupa que en la política la pérdida de un líder, es decir, un solo ser humano sea visto como una catástrofe.  

No fui partidario del Presidente Chávez, pero comparto ciertas preocupaciones con sus seguidores. Él abrió el tema de la pobreza como una inquietud legítima del Estado e instituyó programas (misiones) para atender las varias facetas de la redistribución de los recursos del Estado. Personalmente creo que su contribución fue identificar estas facetas más que realmente encausar soluciones viables para su transformación: por ejemplo, la Misión Vivienda no podrá jamás resolver las necesidades habitacionales de Venezuela en su planteamiento actual. Lo que hace es construir casas individuales con un cuentagotas, cuando las necesidades pueden medirse en los millones. Para un programa verdadera habría que renovar y asegurar las casas (ranchos) existentes, crear vecindarios seguros y mejorar las escuelas plazas entre otras metas. Pero a pesar de la inoperatividad de las misiones al nivel masivo, Chávez abrió esperanzas e inclusive una cierta posibilidad real de lograr soluciones al respecto si hubiera una importante re-estructuración de los programas.

 Tal vez en las mismas estructuras de las misiones podemos encontrar algunos de los raíces del llanto venezolano: ellas no fueron construidas como programas independientes a la personalidad del presidente, porque todas las líneas de mando en los organigramas organizacionales se dirigen directamente a él como ejecutante, juez y agente. No construyó un futuro, sino un mausoleo para él mismo, una pirámide por donde su alma puede ascender directamente a Osiris; no creó las bases para una política sólida de continuación.

Entonces, claro, el pueblo llora muchas pérdidas. Su sucesor promete seguir con las políticas de esperanza (e ilusión) del presidente muerto, pero como han dicho muchos, el carisma del nuevo mandatario no iguala al del anterior, y, faltando un legado serio de programas viables, la fe de los que sollozan frente a su héroe se basa sólo en lo que una vez prometió quien es representado por aquellos restos mortales.
 
Referencia:
Artículo de Fernando Mires: http://www.el-nacional.com/mundo/Venezuela-falta-Dios_0_149986351.html



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