domingo, 29 de diciembre de 2013

Mundo, Demonio y Carne

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Terminé “Mundo, Demonio y Carne” de Michaelle Ascencio en estos días de vacaciones. Lo había comenzado hace meses, pero al principio el libro no captó mi imaginación: en varias ocasiones lo dejaba por otro. Sentí que  la historia de la heroína, María Manuela, no pasaba de un cuento de hadas donde la pobre protagonista sufría por la muerte de sus padres, y por del desamor de los tíos -Don Emiliano y la Doña Joaquina- quienes hacían aparente cargo de ella como huérfana. Tanto era su malquerencia que le metieron contra su voluntad en el convento de las Carmelitas Descalzas de Santiago de León, donde las reglas son de silencio y obediencia. La razón públicamente manifiesta de este encierro eran los amores secretos de la niña con su novio, Elías, pero la verdadera era la codicia que tenían sus guardianes por la fortuna que le dejó sus progenitores muertos.
Ni los Hermanos Grimm maltratan tanto a sus personajes, y esto es sólo el comienzo; no voy a contar todo el drama, excepto que María Manuela pasa casi toda la novela bañada en lágrimas.
Pero al avanzar por las páginas me di cuenta de que María Manuela es más bien un vehículo para contar una historia más interesante. Aprendí en esta lectura muchas cosas: de la vida en el convento, de la lucha entre el presidente Antonio Guzmán Blanco y la iglesia, de las ideas de Guzmán por la modernización a la francesa en un país, no sólo rural sino también azorado por múltiples alzamientos de caudillos locales, de la importancia de una carrera militar para los jóvenes de este entonces y de la cercenada vida accesible a las mujeres al final del siglo XIX en Venezuela.
Eran estos temas los que permitieron que terminara el libro. Al cerrarlo siento que bien valía la pena acompañar a María Manuela en estas páginas.

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